XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.

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Bostezo, cansado

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Bostezo, cansado. Me encuentro en mi habitación, sentado en la cama, repasando unas anotaciones de biología. Wolf ha tomado asiento frente a mi escritorio y está terminando su parte del trabajo para esa materia. Lo miro con disimulo: cómo muerde el bolígrafo con el que escribe, cómo se pasa la mano por el pelo para apartárselo de la frente. En ese momento se afloja el nudo de la corbata y se desabrocha los dos primeros botones de la camisa, supongo que porque hace bastante calor ahora mismo. 

Espera, ¿calor a principios de noviembre en el hemisferio norte? ¿Y qué hace mi compañero con el uniforme del Gymnasium? Ahora que lo pienso, ni siquiera recuerdo haberlo invitado a mi casa.

Observo mi ropa y frunzo el ceño al comprobar que yo visto igual. Qué raro, pero si son las siete de la noche. Miro la oscuridad incipiente por la ventana y enciendo el teléfono para asegurarme de la hora: ¿las doce de la noche? Juraría que hace un momento...

—Creo que he terminado —interrumpe mis pensamientos Rainer, quien se ha girado en su silla para verme—. Ya tenemos tiempo para nosotros dos. 

—¿Eh? 

—Has pensado en lo que te dije la otra vez, ¿verdad? —me pregunta, levantándose de su asiento y poniéndose de pie frente a mí. Niego con la cabeza, dándole a entender mi confusión ante sus palabras. Él esboza una sonrisa juguetona que me cohíbe y sujeta mi corbata—. Ya sabes, eso de que si el amor es un sentimiento tan puro, ¿por qué te dedicas a amar fijándote en si el otro es un chico o una chica? ¿No es lo importante amar sin más?

Retrocedo en la cama, maldiciendo a todos los santos del cristianismo. 

—No, otra vez esto no.

—Vaya, ¿es que aún no encontraste la respuesta? —prosigue, arrodillándose ante mí en la cama. Acto seguido me sujeta por los hombros y me recuesta sin cuidado en el colchón, colocándose después a horcajadas sobre mí—. ¿Acaso estás esperando a encontrarla conmigo?

—¡No! ¡No estoy esperando a nada! —exclamo sin importarme lo más mínimo que mi familia me escuche. Y en el momento en el que esa idea cruza mi mente, descubro colgada en la puerta de mi cuarto una nota en la que pone: «Hemos salido, volvemos mañana». ¿Por qué tengo tan mala suerte? 

—Eres un mentiroso, Samuel, ¿qué ganas negando lo evidente? —Se acerca más a mí y pega su boca a mi oreja para susurrarme algo que me provoca un escalofrío—: te atraigo. 

—Deja de decir estupideces, imbécil. —Pongo las manos sobre su pecho para apartarlo pero, aunque empleo toda mi fuerza, me resulta imposible—. Sal de encima, tú no me atr...

No me da tiempo a terminar la frase, porque él me besa con tal urgencia que ahoga mis palabras. Noto sus labios buscando los míos, sus manos deslizándose por mi rostro hasta atrapar mi cabello y mi mente nublándose. Ni siquiera sé cómo reaccionar ante lo que está sucediendo, solo agarro su camisa buscando recuperar las fuerzas que he perdido. Lo peor de todo es darme cuenta de que este acercamiento no se siente nada mal, todo lo contrario, por momentos estoy más que seguro de que me está gustando. Así que lo mando todo a la mierda, tanto mis estúpidos principios como los pensamientos que limitan muchos aspectos de mi vida, y le correspondo al beso abriendo la boca ligeramente para permitirle su acceso a ella. Él entiende al momento, y de pronto el beso se vuelve aún más intenso.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora