Capítulo 3

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El lobo estaba tan sorprendido y paralizado que no supo que hacer en aquel momento. Había un león ante él, y estaba en sus manos matarle o dejarle con vida.
Lo que debería hacer era escapar como habría hecho cualquiera de sus compañeros, pero él estaba precisamente buscando a alguien como él.
Se levantó de su posición de ataque y se acercó al chico que estaba tranquilamente dormido. Por las heridas y moratones que presentaba su cuerpo podía hacerse a la idea de que acababa de pelearse con otro león. Había escuchado alguna que otra vez historias asombrosas de las tribus de los leones, pero a pesar de tener una especie de Sabana al lado suya jamás se había atrevido a adentrarse en ella. Era terreno felino, y no debía ni acercarse a él, ni en sus peores pesadillas debía habérselo planteado. Pero, estaba en aquel lugar porque iba a adentrarse a la Sabana. Su propósito era tan estúpido para unos como curioso y suicida para otros. El lobo estaba buscando información. Estaba recopilando en dibujos y estudios la vida de las demás tribus, sus costumbres, sus manías, todo. Eso era en cierto modo peligroso, ya que la mayoría de las tribus eran muy cerradas y obviamente no querían compartir con él nada de su información y su rutina, pero, él intentaba encontrarla de otros modos.
Parecía el destino quién había traído a aquel león vagabundo hasta él, y decidió aprovechar la oportunidad de saber.
Intentó acercarse para ayudarle, pero su animal acompañante un león joven, con la melena de su cabeza a penas larga, no le dejó acercarse.  Debía de ser un león muy muy joven, el lobo apostaría que acababa de llegar a la mayoría de edad como él.
Se sentó en la tierra seca y esperó. No tenía prisa y tampoco le importaba esperar. Había estado buscando a ese león durante meses, así que sólo tendría que aguardar a que le respondiese a unas preguntas.

Pasaron unas horas y de repente el chico dio una sacudida. El lobo se asustó de inmediato al notar que acababa de despertar. Cuando levantó la cabeza y le miró fijamente, el lobo se asustó un poco por sus penetrantes ojos. Los había visto antes, pero ahora eran más amenazadores. Parecía que se le fuera a lanzar a la yugular y a arrancársela de un mordisco. De repente el león se acomodó en el suelo, sin dejar de mirarle, e intentó formar la posición de combate de nuevo, pero el lobo no lo retó. Se quedó sentado, mirándole asombrado. Estaba alucinando con sus pinturas y su pelo. Jamás había visto un pelo tan rubio y cenizo, ni una piel tan bronceada. La suya era tan sumamente pálida que hasta sus pecas parecían rocas en contraste.
—¡Qué haces! ¡Huye maldito lobo! —le gritó cansado y desesperado.
El lobo se fijó en que su cara goteaba sangre y debía ayudarlo de inmediato. —No voy a huir. No puedes hacerme daño. —dijo tranquilamente.
Eso lo único que hizo fue enfurecer más aún a el león que apretó sus manos y hundió la punta de sus dedos en la tierra. El lobo se asustó por unos momentos, y al parecer el león lo detectó, ya que sonrió triunfante.
Pero, aunque intentó correr hacia él, su cuerpo hizo todo lo contrario. Cayó de bruces en el suelo de tierra y tragó todo lo que allí se encontraba. El lobo no pudo evitar asentir y a la vez echarse a reír como un loco.
—¡DE QUE TE RÍES MALDITO LICÁNTROPO! —le gritó mientras se levantaba dolorido del suelo.
Cuando dejó de reírse y le miró a la cara seriamente empezó a hablar más tranquilo.
—Estás herido, da igual lo que hagas, no me harás daño, hoy, al menos. —le dijo en un tono tan tranquilizador que hizo que el león se sentase en el suelo a una distancia prudente de él y se apoyase en su animal acompañante. Parecía tan glorioso y majestuoso allí, sentado y magullado, con aquellas pinturas, ya algunas idas y aquel arañazo tan misterioso y a la vez preciso en su cara. Le daba un toque tan amenazador que si no estuviese en esas condiciones físicamente estaba seguro que le habría hecho mucho daño.
—Bueno, da igual. Si sigues aquí después de todo y no me has matado, será porque quieres algo. —soltó de repente. El león sabía que los lobos solían ser muy luchadores y siempre andar en manadas, era raro encontrarse con un lobo solitario, así que suponía que tendría sus razones para no haberle matado y haberse comido a su animal acompañante.
Había oído historias sobre lobos solitarios tan desesperados por comida e interacción social que habían matado a uno de los suyos y luego se había alimentado de su animal acompañante. Era una locura hacer esa tontería. A nadie se le ocurriría matar a un animal acompañante y menos comérselo.
—En efecto. Te necesito. —replicó el lobo solitario. El león suponía que estaban completamente solos, si no, no habrían dudado en haberle infringido algún tipo de dolor, pero no, seguía todo como lo había dejado al desmayarse.
—Vaya, que dramático. —el lobo solitario puso mala cara. —No es algo habitual que un lobo necesite a un león. ¿Me entiendes, inútil? —le espetó.
—Lo sé, pero como bien podrás ver no soy un lobo normal. —se estiró ligeramente para coger la mochila que había dejado a un lado a la hora de sentarse y entonces fue cuando el león se fijó en que tenía las manos tapadas con guantes. Aquello era un insulto en su manada. Pensar en ella le hizo un nudo en el estómago. Reprimió las ganas de mirar hacia atrás para divisar las cuevas donde probablemente estaría su familia descansando.
El lobo notó algo extraño en el león, pero no preguntó, se concentró en sacar con cuidado de su mochila su querido libro.
El león nada más ver lo que sacaba de su mochila adoptó una pose de defensa en el acto. El lobo se sorprendió ante esta acción pero siguió en silencio.
Abrió el libro con cuidado y el león pareció pegar un salto.
—¿¡QUÉ ES ESO!? ¿UNA NUEVA ARMA DE TU MANADA? ¿¡ME NECESITAS PARA PROBARLA!? ¿Es eso inútil?—el lobo se le quedó mirando impresionado por su reacción. Después rió un poco y se levantó. Andó lentamente hasta donde se encontraba el chico en posición de defensa, dejando de lado los gruñidos de su animal acompañante.
Se sentó a su lado, más cerca de lo que le parecía socialmente correcto al león y empezó a pasar las páginas.
El león tocó con cuidado el libro varias veces y al comprobar que no le hacía daño, se sentó de nuevo a su lado.
El lobo solitario era muy extraño, pero parecía inofensivo. No pretendía hacerle daño, si no, parecía querer enseñarle algunas cosas raras que estaban en aquella cosa rectangular y gorda. Katsuki pensó que era una roca, pero cuando lo abrió se quedó alucinado.
—He estado en algunas manadas y la mayoría me han enseñado sus vidas, sus costumbres, todo. —después de decir eso suspiró como si estuviese cansado o como si todavía le quedase mucho trabajo por delante. Katsuki se fijó en que aquello eran unos símbolos muy distintos a los que él llevaba pintados por su cuerpo y se sorprendió bastante por cómo había unas especies de armas dibujadas a la perfección con al lado de éstas más de esos símbolos.
—Estoy estudiando a las manadas y escribo aquí todo lo que veo y me enseñan. —después de escuchar eso Katsuki le miró fijamente. Era impresionante pero a la vez...ingenioso.
—Así, aprendes cómo vencerlos, para ganar más terreno. Buena idea.
—¡No! Esa no es la idea. La idea es aprender de ellos y algún día entendernos y vivir todos juntos. —respondió contento y feliz.
—Estás loco.
—Puede ser, pero necesito a un león para mi investigación.
—No.
La cara del lobo cambió completamente. Era todo un poema.
—Te he salvado la vida.
—No, simplemente me la has perdonado, además, no creo que me hubieses hecho mucho daño, lobo inútil.
—¡Se dice Omega! —le gritó irritado.
—¡CÁLLATE! No estoy aquí para servir a un lobo inútil.
El lobo se quedó pensativo mientras el león se levantaba y acariciaba a su animal acompañante.
—De acuerdo. Por lo visto ahora eres un león vagabundo. —ese nombre captó la atención del león, solo tenía que engatusarle de alguna manera.
—Supongo que habrás perdido algún combate y busques ser más fuerte. Bien, después de ir a la Sabana estaba pensando en buscar el Aviario. Allí tienen toda la información y muchos libros.
—No me importa lo que vayas a hacer.
—¡Espera! Si me acompañas aprenderás a luchar como las aves rapaces. —eso hizo que Katsuki se parase en seco.
—¿Esos idiotas que atacan desde el aire y destrozan a los animales y después vuelven a arriba?
—Sí...lo llaman volar, ¿Sabes?—ya daba igual lo que el lobo dijese.
Era su única manera de hacerse más fuerte. Su idea era buscar otra manada en la que pudiese descoronar al dominante, pero no sabía cuando ni donde podría encontrar a esa hipotética manada. Y además, él no había cazado nunca, a lo mejor no era mala idea tener a un lobo (inútil) solitario de su parte.
Si se iba con él, tendría comida, sería más fuerte, y tendría alguna probabilidad de encontrar alguna manada por el camino.
—De acuerdo. Iré contigo.
—¡Genial! Tengo tantas preguntas que hacerte que no sé por donde empezar, bueno sí sé. Por ejemplo, ¿cuántos años tienes? O ¿Los años afectan a tu manada de algún modo? ¿Es verdad lo de los leones dominantes? ¿Porqué llevas todos esos símbolos? Y ¿Esa sangre de tu ojo? —Katsuki se había quedado perplejo con la velocidad con la que había planteado todas esas preguntas y a la vez la forma en la que lo había hecho. Lo había hecho en un murmullo casi inaudible.
—¡CÁLLATE! ¿¡Te crees que esto no tiene condiciones!? —le espetó malhumorado. Esto hizo callar de inmediato al lobo. —Me enseñarás también las formas de pelea de los lobos. —el lobo asintió sin parar. —Y...a cazar. —dijo en un susurro.
—Así que es cierto. ¡Los leones no cazan! ¡Sólo las leonas!
En aquel momento se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Iba a ser un viaje muy muy largo.

El Cuento Del León Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora