Capítulo 6

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Mientras el león descansaba pacíficamente en frente suyo, el lobo empezó a dibujar todo lo que sabía hasta ese momento. Dibujó a la perfección la Lágrima del Débil sobre el papel, junto unas cuantas notas recordatorias sobre qué significaba aquella marca. Sin casi darse cuenta, empezó a hacer bocetos de el ojo penetrante de su compañero. Tenía que admitir que era muy amenazador, y a la vez, tenía una chispa de calidez. Quería recordar aquellos horrendos sentimientos que le hacía sentir aquella mirada, así que encima de la marca del débil hizo una ilustración de su ojo. Con precisión consiguió dibujar su iris y sus colores. No le dio demasiada importancia ya que simplemente lo hacía para mostrar dónde se encontraba aquella marca en los leones. Pero, había algo más que le hacía sentir aquel ceño fruncido. Algo raro.
Decidió olvidarlo y apuntar más cosas de los leones. En un apartado tenía unas pocas notas que había tomado en la anterior aldea, que había sido la de las tortugas. Allí había conocido a un chico pelirrojo que aparentemente tenía la piel de acero, y nada le podía hacer daño. Él mismo había intentado darle un puñetazo y había salido muy malparado. Suspiró al recordar a aquel muchacho, había sido realmente amigable, y uno de los pocos que se habían acercado alguna vez a un león. Decía que hasta uno era su amigo, pero eso eran obviamente tonterías suyas. Que le hubiese perdonado la vida, no le convertía mágicamente en amigo de esa persona. Sonrió y rió un poco por el entusiasmo de aquel chico de haber hablado con un león de verdad, si ahora volviese allí y le contase que su compañero de viaje era un león, probablemente le habría pedido que se lo enseñase como si fuese un arma nueva o un dibujo muy hermoso.
Sus mejillas se tiñeron poco a poco de rojo sin que se diera cuenta. No se imaginaba presentarle a los demás a su nuevo amigo, además no sabía si estaría bien que hiciese eso, y si le sentaría bien a el supuesto Lord.
Sin haberlo pensado, dejando su lápiz dibujar solo, había ilustrado a el mismísimo león en aquella postura, mirando hacia la Sabana pensativo y soñador, apoyado delicadamente en su animal acompañante.
Se estaba volviendo loco con aquel chico. Debía tranquilizarse. Era verdad que era un león y todo en él era genial, pero debía mantener una postura fría y calculadora. Si no, su información no sería útil. Debía tranquilizarse y concentrarse.
—Lord, vamos a buscar madera para hacer fuego, está anocheciendo. —le comentó mientras se daba por vencido en rellenar más su libro. Estaba perdiendo la cabeza. Necesitaba despejarse.
El león se levantó lentamente y andó hasta donde él estaba. ¡Maldita sea! ¿Porqué tenía que estar sin camisa? ¿No debía ser al revés? ¿En la Sabana debía de darte siempre el sol, no? Eso explica su piel tan bronceada, pero...
—¿Qué miras?—le espetó cuando estuvo a su lado. Midoriya se había quedado mirando su torso fijamente y eso obviamente le había ofendido. —¿Normalmente haces eso a menudo?
¡Qué!
—¿El q-qué? —tartamudeó.
—Empiezas a hablar muy bajo y muy rápido. Parece que estás planeando como matarme. —Midoriya respiró hondo. Aunque eso ya se lo habían dicho muchas veces, estaba aliviado de que no le hubiera preguntado porqué le miraba tanto, o al menos se le había olvidado momentáneamente.
—Sí...bueno, lo siento. Suelen salir de mi boca palabras que pienso que sólo están en mi cabeza. —y con eso hizo una sonrisa nerviosa y avergonzada. El león se quedó allí impasible y después caminó hasta los matorrales y empezó a coger las ramas secas del suelo.
Con eso Midoriya se dio en la cabeza con la palma de su mano abierta. No sonó debido a sus guantes, pero se hizo daño y la frente se le puso un poco roja.
—¡Vamos lobo inútil! ¡NO VOY A HACER ESTO YO SOLO! —le gritó el león mientras recogía ramas.
El lobo pegó un salto por la impresión y después corrió hasta acercarse al león y ayudarle.

Una vez ya encendida la hoguera, Midoriya sacó dos conejos muertos de su mochila y empezó a despellejarlos con cuidado de no dañar las mejores partes.
—Así que hoy no cazaremos.
Midoriya soltó una pequeña risa.
—No. Ya casi no cazo, pero de vez en cuando lo hago para entrenar y eso.
—Espera. ¿No cazas? —Katsuki se sorprendió en sobre manera. ¿Cómo había conseguido esos conejos, entonces? ¿Y de dónde habían salido conejos en medio de la selva?
Vio que también tenía colgada de su mochila algunos lagartos muertos y alguna que otra ave.
—Al visitar aldeas y manadas siempre me dan un poco de comida para sobrevivir sin cazar. Claro que normalmente acabo teniendo que cazar. Las aldeas están muy alejadas las unas de las otras. —Katsuki asintió ante todo lo que decía. Ahora que lo pensaba, a lo mejor aquella vida peregrina no era tan mala. Pero de todas formas debía aprender a cazar de algún modo. Sino, sería un inútil.
—Bueno, de eso no te preocupes. He estado pensando que podríamos quedarnos unos días hasta que te hayas recuperado del todo en una aldea. —Katsuki palideció al oír aquello.
—No creo que se buena idea.
—¿Porqué? Creo que es la mejor opción que tenemos hasta ahora. —hizo una pausa y el ceño de Katsuki siguió inmutable y su mirada fija en los conejos. —Si nos tenemos que detener cada poco tiempo para que descanses no llegaremos a ningún lado. Además nos podemos quedar lo que queramos y nos tratarán bien. Y en ese tiempo puedo enseñarte a usar las piernas y a defenderte y no sólo atacar...
—Puede que a ti te acepten. Pero yo soy un león. Todos nos temen. Hacemos daño a todos los que traspasan nuestro territorio. Y además los matamos en la mayoría de los casos. —Midoriya se quedó quieto un momento. Tenía razón, pero era una aldea de tortugas. No había personas más preparadas y fuertes a las que pudiese llevar a un león. Estaba seguro de ello. Además que le daría una sorpresa a un amigo suyo.
—No te preocupes. —y le quitó todo la piel con un movimiento a un conejo, después se puso con el otro. Katsuki alucinó con los cuchillos, él sólo utilizaba colmillos y garras. Y algún que otro aguijón y colmillo de serpiente venenoso. Poco más. Pero aquellas rocas afiliadas eran impresionantes. Midoriya notó su asombro y sonrió. —Cuchillos, me los dieron los de esa aldea.
—Sé como se llaman inútil. Lo que pasa es que no sabía exactamente como eran. Había sólo oído hablar de ellos. —el lobo asintió.
Cuando puso los conejos al fuego se quedó tranquilamente mirando las llamas.
—Hay algo que no entiendo. —eso le hizo salir de sus pensamientos. —Si eres un lobo débil...o como lo llames...
—Omega. —le corrigió.
—Si eres un Omega, ¿Cómo es que tienes tantas cicatrices? —al pronunciar esas palabras Midoriya le miró fijamente y Katsuki quiso que se lo tragase la tierra. Sabía que no le gustaba hablar de ello, pero ese asunto no había quedado zanjado del todo.
—Creía que sólo íbamos a hablar de ti. —murmuró mientras giraba los conejos.
—Tengo curiosidad. —soltó sin más como si fuese una tontería.
No sabía como afectaría al lobo pero pareció que no le molestaba.
En la cabeza del lobo entendía que quisiese saber más de él, tenía sentido que después de hacerle tantas preguntas sobre sus cicatrices y heridas quisiese saber de las suyas, pero no estaba preparado. O tal vez le daba vergüenza decirle lo que le había ocurrido en su manada. O simplemente no quería que supiese de él.
—Me las hice cazando. Soy débil y no se me da muy bien. —con eso el león se quedó mudo y entonces el fuego fue quién ahogó al silencio.
El león le miró de reojo y vio que su expresión seguía igual, tranquila pacífica y con aquellas manchas tan extrañas en sus mejillas.
En ese instante supo que no le había dicho la verdad. Y que se le daba muy mal mentir.

El Cuento Del León Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora