Capítulo 29

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—Izuku...¿Puedo hablar contigo? —le preguntó mientras se sentaba a su lado.
El lobo estaba leyendo su antiguo libro, el cuál había hecho varias copias en el Aviario, y el cuál se había llevado por si la moscas.
—C-claro. —contestó nervioso. La chica se sentó a su lado en aquella roca y esperó. Izuku se impacientó y empezó la conversación. —Lo siento, de verdad. Él, yo pensaba que...
—¿Le amas? —preguntó de repente.
El lobo la miró y después asintió lentamente.
—Y...¿Alguna vez, me amaste a mí? —preguntó con la cara colorada. El lobo tragó saliva algo preocupado por su reacción.
—T-te tengo cariño, pero no, jamás te he amado como amo a Kacchan. —le dijo sinceramente. La chica empezó a sollozar.
—Entonces, ¿Porqué me dijiste que sí? —Por que puede que con el tiempo, sí te hubiese amado. Pero apareció él de nuevo y, cambió las cosas. —respondió, lo más sinceramente que pudo.
—Con el tiempo...bueno, ya no importa nada, ¿No? Te vas a quedar para luchar ésta guerra y es probable que no sobrevivas.
—¿Qué quieres decir?
—Que si mueres, finalmente nadie te tendrá. —le explicó, como si fuese la cosa más normal y sencilla del mundo.
—Uraraka, no. Hay una leyenda...
—¡Ya lo sé! ¡Ya la conozco! Dos hombres se amarán. Dos hombres caerán. Pero se levantarán juntos y con el mundo unido. O, les aplastarán, y el mundo quedará sumido en la mismísima oscuridad. —relató todo a la perfección y sin equivocación.
—Sí, y el producto de ese amor, dará al mundo lo que necesita. —acabó Izuku. —La verdad, la leyenda es bonita, pero no pensaba que una leyenda de ranas fuese tan acertada.
—¡No es real! ¡Las leyendas no son reales! Deberías saberlo.
Izuku suspiró y la miró entristecido. Es verdad que si le hubiesen dicho que había una leyenda que hablaba de Kacchan y de él, cuando se conocieron, estaba seguro que se habría negado a todo lo que le dijesen sobre la verdad de las leyendas. Pero en aquél momento, las cosas eran muy distintas a como eran cuando se conocieron, y por ello, debía pensar de forma distinta.
—Verás Uraraka, no te pido que lo entiendas, pero que lo aceptes. Yo tampoco creía en las leyendas hasta que una habló de mí. Tampoco pensé que me iba a enamorar de un hombre y aquí estamos. —razonó felizmente.
—Estás insinuando que a lo mejor debería cambiar todo.
—No. Te estoy diciendo que nunca digas nunca. No te cierres a algo porque simplemente pienses que es imposible. Porque las cosas pueden cambiar, y lo imposible, puede hacerse posible en un abrir y cerrar de ojos...
Con esas palabras Uraraka respiró hondo y se quedó paralizada. Izuku se levantó y se fue a buscar a los demás. En concreto a Kacchan para recoger sus cosas de su tienda e irse de allí al día siguiente.
Cuando le encontró apuntando a su amigo Iida con una espada, salió corriendo, cogió otra espada y enfrentó a Kacchan. Chocó su espada con la del león y le sacó una sonrisa a éste.
—¿Qué haces Kacchan? —le preguntó alterado.
—Entrenar a tu amigo para la guerra. —contestó mientras le asestaba un mandoble. Izuku lo desvió sin problema.
—¿Entrenar? ¿Te vas ha quedar para la guerra? —le preguntó, aún mirando a Kacchan. No se fiaba de él. Podía darle, sin querer, si apartaba la vista.
—Sí. —contestó ilusionado Iida, mientras su espalda se ponía recta, al igual que todo su cuerpo, en una sincronización perfecta.
—¡Genial! ¡Gracias! —le respondió Izuku agradecido.
No tardó ni medio segundo en volverle a atacar, así que desvió su golpe de nuevo. Kacchan sonrió y tiró la espada al suelo. Después levantó los brazos en señal de derrota. Izuku sonrió también e hizo lo mismo.

Estuvieron entrenando toda la tarde, y Katsuki le dio una cuantas palizas al lobo. Al parecer se le habían olvidado algunas cosas sobre la lucha cuerpo a cuerpo, y se sintió orgulloso de que Kacchan conociese tan bien su estilo de lucha. No le costó nada ponerse al día de nuevo, aunque con menos músculo, por supuesto, eso tendría que ganarlo de nuevo.
Decidieron ir a dar una vuelta y hablar de aquél día. Para su sorpresa, ninguno de los dos se cansaba de hablar con el otro, ni de disfrutar de su compañía y eso le hizo pensar en positivo de cara al futuro. Si después de todo lo que habían pasado, podían andar juntos tranquilamente sin asesinarse mutuamente, es que las cosas podían ir a mejor.
—¿Tú amiga...?—fue Kacchan el que comenzó la conversación, y no pudo empezar de la peor forma posible.
—No sé que va a hacer. Ahora mismo está algo, extraña y confundida. Creo que lo mejor será que vuelva a casa.
—Es normal. —contestó Katsuki tranquilamente. —La has sacado de un entorno perfecto para ella, y la has bajado al infierno, en el que el chico de sus sueños se enamora de un tío, hay guerra, y todos parecen estar locos.
—Supongo que es normal si piensas así. —respondió sonriente por lo que había dicho. La verdad es que había vuelto a acertar de lleno. —Me ha sorprendido que Iida se quedase a luchar...
—Yo no me lo esperaba, es más, se lo he dicho.
—¿Qué le has dicho?
—Que pensaba que era un cobarde y que iba a salir corriendo como todos los demás.
Izuku se echó a reír. No podía imaginarse la cara de indignación que debió de poner el pobre Iida. Aunque, esperaba que se hubiese quedado por ayudarles, no por orgullo.
—Seguro que nos es útil. En cuanto gane un poco de músculo.
—¿Qué les pasa a las aves? Esperaba más, la verdad...—le soltó algo desilusionado. De repente, Katsuki giró y se dirigió a otro lado del bosque. Izuku le siguió sin decir nada. —No todas están en forma, porque no todas cazan y se encargan de proteger su territorio. —Katsuki asintió ante aquella información tan extraña.
—Bueno, eso explica muchas cosas. Como tu poca forma física. —bromeó mientras reía. Izuku le dio un enorme puñetazo en el hombro. Katsuki puso cara de dolor, pero no se quejó. —Aunque para hacer eso, deben de ser muchos, ¿No?
—La verdad es que sí. Supongo que no viste todo el Aviario, pero bueno, son bastantes.
—Vi lo suficiente como para saber que allí no quiero vivir. Le verdad, me sorprendió que me dejasen entrar, sin preguntas, ni problemas.
—Ya, eso no lo entendí bien. Supongo que siempre aceptan visitantes ya que no reciben muchos. La mayoría no se atreve a subir allí arriba. —explicó Izuku.
—Claro...—corroboró Katsuki mientras se paraba en frente de su tienda, la que se encontraba apartada de la aldea.
—Kacchan, tenemos que volver, no creo que tengas mantas para mí.
Katsuki le agarró las manos y le acercó a su pecho. Allí le susurró al oído:
—Duerme conmigo...—y esa simple frase hizo que el lobo se pusiera colorado.

Cuando entraron en las mantas y se arroparon bien para no tener frío, Katsuki le cogió la cara con cuidado, mientras que Izuku le rodeó la cintura con sus brazos. Le gustaba esa sensación de calor a su lado, era reconfortante.
—Me había fijado antes, pero hasta ahora no me había dado cuenta de que tienes estrellas en las mejillas...—le susurró Katsuki mientras buscaban el sueño. 
Izuku rió ante tal comparación y le pareció tan adorable que ni intentó corregirle, es más, jamás le diría que aquello se llamaba peca. 
Cuando casi había concebido el sueño, notó el dedo de Katsuki, caliente como siempre, chocar con sus mejillas varias veces. Abrió los ojos y le pilló contando sus pecas. Estaba tan concentrado en ello que tardó en darse cuenta de que le estaba observando. Cuando lo hizo, se dio la vuelta avergonzado para que no le viese la cara colorada. Izuku le abrazó con más fuerza, y colocó su cara contra la espalda ancha del león, que suspiró tranquilo con aquella acción.
Ambos se durmieron al instante, con sus manos entrelazadas, y compartiendo el calor que le proporcionaba el otro.
La calma perfecta, antes de la tormenta.

El Cuento Del León Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora