Capítulo 39

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Ahora era el dominante. Era fuerte y todo era suyo, y jamás se había sentido tan vacío. Se había sentado en el trono de hueso y allí le habían hecho en el ojo desnudo las marcas del dominante. Sabía que estaba haciendo historia, que sería recordado como un héroe por quitar del poder al anterior dominante, pero no por eso se sentía mejor. Estaba seguro que iba a ayudar a su gente, desde luego ese era su plan, pero estaba nervioso, Katsuki Bakugo estaba nervioso. Respiró hondo cuando le limpiaron la sangre de su rostro al terminar de hacer la marca. Quien se la había hecho no había sido otra que su madre. Katsuki sonrió y se levantó del trono mientras todos aplaudían y gritaban. En vez de levantar los puños en señal de fuerza abrazó a su madre con todo el cariño y los nervios que llevaban acumulándose en su cuerpo desde que la había visto. La gente se quedó algo paralizada y a la vez su madre, pero al segundo le devolvió el abrazo con fuerza y pasión y la gente gritó de felicidad. Después se dio la vuelta y tiró una roca hacia el trono, destrozándolo. La gente de su aldea se quedó patidifusa. No sabían a qué venía aquello y mucho menos como reaccionar a ello. Katsuki se dio la vuelta con una sonrisa.
—¡No necesitamos un trono! Os escucharé, os ayudaré y no tomaré decisiones sin consultarlas primero con vosotros. —les gritó. —Sé que son cambios precipitados y que a algunos no les parecerán bien, pero trabajaré duro para hacer que todos podamos mejorar esta aldea. —les dijo y todos le gritaron, felices de su nuevo líder. La capa no se la quitaría, era un significativo de su fuerza, de que alguien estaba al mando de eso, pero les daría más libertad a sus compañeros, no todo sería la voluntad del dominante. 
Cuando terminó de hablar entró en la roca de su madre y ésta le volvió a abrazar. Katsuki se hundió en su pelo, y a pesar de que era un poco más baja que él le dio un beso.
Ella se rió por lo bajo y después le apartó y le miró de arriba a abajo.
—¡Estás más fuerte! —después su sonrisa desapareció. —¿Y esas cicatrices? —lo preguntó con cierto orgullo en su voz. Katsuki hizo una ligera mueca, no quería hablar de eso en aquél momento.
En su tribu estaba prohibido entrar con el torso tapado, por lo cuál Deku tendría que haber enseñado sus cicatrices, y también su torso, pero como no estaba simplemente él estaba enseñando sus cicatrices con orgullo. Si llevabas parte de tu cuerpo tapado era como un insulto, todo en ti debía ser fuerte, como un león. Si tapabas algo con ropa, algo como tus manos, (que no fuese necesario tapar) era un insulto de muy muy mal gusto. Así que él se había quitado la camisa la moche anterior, antes de dormir con Deku. Verle sin camisa le producía al chico un ligero rubor en sus mejillas con estrellas y eso le gustaba, y mucho al león.
—Digamos que ser peregrino tiene sus consecuencias. —le dijo, intentando desviar el tema hacia otra parte. —¿Qué tal estáis? —preguntó preocupado por no ver a su padrastro por ningún lado. Katsuki se asustó.
Su madre puso mala cara, como de disculpa.
—A tú padre le ha sentado muy mal la falta de agua, y se pasa todo el día durmiendo y cansado porque no tiene fuerzas ni para levantarse. —dijo suspirando y cansada ella también. Después, se sentó en una roca cercana a descansar. —Yo, estoy bien, o eso creo. No estoy con todas mis fuerzas como siempre, pero algo es algo. —Katsuki se sentó a su lado y la miró de reojo, ella observó atentamente su capa nueva. —Pero, aún así, podría darte una paliza. —Katsuki se rió por lo bajo.
—Ya te gustaría. —la retó. Sabía que era una broma, su madre no estaba en condiciones ni de caminar una larga distancia, casi ni de correr. Respiró hondo, su padre tampoco ayudaba mucho. Tenía que desplazar la aldea a algún lugar con agua, algún lugar mejor que aquél infierno.
—Os voy a rescatar. —sentenció mirándola fijamente. Ella le devolvió la mirada con esos ojos de sangre y sonrieron.
—Lo sé, hijo. —y le dio un beso en la frente. Después le apartó bruscamente y le miró con una expresión algo extraña. —He oído que un león y un lobo estaban juntos. —le dijo suspicaz. En esos instantes la cara del león se volvió un auténtico poema. Se puso colorado y empezó a mirar a todas partes excepto los ojos escrutadores de su madre. Ella ya sabía toda la verdad.
—¡Quién te ha contado esa leyenda! ¡Es una tontería! —si madre entrecerró los ojos y sonrió.
—¿Cómo es? ¿Es guapa? —preguntó ilusionada. Katsuki respiró hondo u le dijo:
—Querrás decir guapo. — la expresión de su madre cambió drásticamente y se puso a gritar.
—¡¿Es un hombre?!
Katsuki la miró sonriente, una expresión que rara vez se veía en su rostro. Su madre no
daba crédito a lo que escuchaba.
—Tranquila, no pasa nada. No nos importa nada de lo que digan los demás, y...
—¡Quiero conocerle! ¡Ya!
—¡Iba a venir pero como os habéis metido en ésta guerra! —le gritó.
—¡Nos metió el patán del dominante! ¡Y te ha dejado toda la mierda para que te la tragues tú!
—Lo sé, pero la he aceptado. —le dijo, haciendo que su madre se relajase. Ella suspiró y le miró de arriba a abajo. Era cierto, le había matado, es más, estaba manchado de su sangre todavía, y ya empezaba a oler mal. —Os ayudaré y después viviré con mi novio.
—El lobo...
—Sí.
—Pero tendrás que tener hijos con las chicas y tal vez a él eso no le guste...
—No. Las mujeres podrán elegir marido y no mataré los hijos del anterior dominante. Así, creceremos más rápido, y seremos más en poco tiempo.
—Entiendo. Pero eso puede que no le guste a todo el mundo. Puede que incluso dejen la aldea.
—Es un riesgo que debo tomar. Si quiero hacer cambios debo tener en cuenta a las personas que no querrán seguirlos. Lo que sí estoy seguro es que a las mujeres os gustará éste cambio.
—Y tanto, ya podré tener hijos con tu padrastro. Por fin.
—Mamá, no quiero imaginarme eso, así que, cállate.
—¡Cállate tú, bastardo!
—¡¿Cómo has dicho, vieja bruja?!
—¿CÓMO ME HAS LLAMADO NIÑO DE MIERDA?
—¡Vieja bruja, estúpida!
—¡De ésta no sales vivo!
—Soy el dominante, más me vale que tengas respeto.
—¡Sí! Pero soy la madre del dominante, y tengo el derecho de darle las tortas y las palizas que sean necesarias a mi hijo.
Katsuki asintió.
—¡No voy a dejarte ganar ésta discusión! —gritó.
—¡Ya la has perdido, inútil! —y con eso empezó a reírse. Katsuki al igual que ella, rompió en carcajadas. Hacía bastante que no se peleaban, pero, por los dioses, como lo había echado de menos.

El Cuento Del León Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora