Capítulo 20

4K 608 66
                                    

Ya había pasado un año.
Aquello se le antojaba a un siglo, pero no, era un simple y llano año.
Izuku Midoriya había conseguido llegar hasta el Aviario y allí había conseguido un trabajo y un hogar que pagaba con el sudor de su frente. Aquel lugar era un sueño hecho realidad, y por eso se había quedado allí a vivir y había decidido dejar su vida de peregrino. Las cosas eran muy distintas de como las eran hacía un año. Ahora, era un famoso escritor del Aviario que estudiaba a las aldeas y publicaba libros sobre información que nadie jamás había oído hablar.
Resultaba que en aquél lugar, las personas vivían todas juntas, no se separaban por aldeas ni nada. Cada uno tenía su animal acompañante y Izuku juraría que no había dos con el mismo ave, pero todos se trataban igual y vivían juntos con las mismas costumbres. Ese era el mundo que quería Izuku, su sueño. Claro que se dio cuenta que jamás se haría realidad en su hogar, ya que ellos no entendían lo que significaba aceptación.
Suspiró mientras pasaba las hojas de su antiguo libro, el que empezó hacía muchísimo tiempo y dejó de escribir cuando llegó al Aviario, para perfeccionarlo. Empezó varios otros en los que solo trataban de las tortugas, o solo de los leones y se ayudaba de información de aquel libro y de información de la enorme biblioteca de aquél lugar. Era en verdad su sueño.
Mientras pasaba lentamente las páginas de su antiguo libro se sorprendió al ver los dibujos que tenía. Hacía ya un año que no dibujaba nada, pero su caligrafía había mejorado muchísimo. Se quedó boquiabierto ante las ilustraciones de las páginas de los leones. Y más aún de las ilustraciones de aquel chico del cual se le había olvidado su nombre. Era guapísimo y su pelo le llamaba muchísimo la atención. Sabía que le conocía de algo y su pecho daba algún que otro salto, pero a pesar de eso, no reconocía al chico. Sus rasgos eran afiliados y su mirada muy penetrante, ya que tenía algunas anotaciones de una marca debajo del ojo. Parecía que en su momento admiraba a aquel chico ya que había pequeño bocetos, hechos rápidamente en páginas que no tenían que ver con los leones.
Una razón por la cuál las aves vivían tan aisladas y diferentes al mundo del que venía él era, que vivían en los árboles más altos y grandes que Izuku conocía. Allí había una enorme civilización que convivía en armonía. A Izuku le encantó aquello pero a él y a su animal acompañante les costó acostumbrarse a las subidas y bajadas que estaban diseñadas para pájaros. Al cabo de unos meses, eso ya no fue un problema.
Mientras esperaba para su cita, Izuku seguía estudiando las ilustraciones de aquel chico. Debió de tener un efecto enorme en él, porque le dibujó por todos lados, pensó.
Suspiró, agotado de no saber quien era.
Debía de haber pertenecido a aquella parte de su vida la cuál quiso olvidar completamente. Se encerró durante unos días a dormir y después cuando despertó, aquello se había convertido en borrón y cuenta nueva. Y había continuado su trayecto, descansado y mejor sentimentalmente.
De repente escuchó unos golpes en su puerta, parecían nerviosos y cansados a la vez.
Izuku se levantó, dejando su libro viejo con cuidado y se acercó a la puerta. Volvieron a llamar agitadamente.
Izuku no recordaba que Ochako fuese tan nerviosa, tal vez eran los nervios de la primera cita.
Esa chica fue la primera persona con la que habló y la que se había ganado toda su admiración y respeto. Ella, después de un año tuvo las fuerzas de pedirle salir y él aceptó, ya que había estado tan ensimismado en su trabajo que había descuidado su vida amorosa. Ella trabajaba con él en la biblioteca, sólo que ella atendía a las personas que necesitaban ayuda o venían en busca de algún tipo de información específica. Él simplemente estudiaba y ordenaba la biblioteca.
Cuando abrió la puerta su asombro fue impresionante.
—¡Aquí estás, pedazo de inútil! —nada más mirar aquellos ojos le vino a la mente todos los recuerdos y se desmayó.
Aquel no podía ser él. En cierto modo, podría no serlo, ya que su aspecto era diferente, tenía el pelo muchísimo más corto y estaba más musculoso. Por eso no podía ser el, porque estaba más guapo de lo que le recordaba. Sus facciones habían adoptado una crudeza y seriedad que no recordaba en el chico que conocía y que dibujó.
Pero ese color de cabellos, ese brillo amenazador de sus ojos, daba a entender que delante de él se encontraba, al parecer recién traído de la tumba, Katsuki Bakugo.

—¡DESPIERTA IDIOTA!—gritó una voz, mientras notaba como alguien le daba pequeñas tortas en la cara (que no eran nada ligeras). Cuando se incorporó lo primero que vio fue a su lobo acompañante y a un león jugueteando juntos, como viejos amigos. Aquello le desconcertó.
Giró la cabeza y se encontró con aquellos ojos brillantes. Lo primero que hizo fue pegar un grito. ¡Estaba ahí! ¡Delante de él! ¡Estaba vivo!
—¡Estás vivo! —dijo horrorizado y feliz a la vez. Aquello no podía tener el menor sentido.
Después de decir eso, un enorme puño se encontró con su cara. Su cuerpo, al parecer, menos fornido que hacía un año se resintió y se tumbó de nuevo en el suelo, desde el cuál se había despertado.
Kacchan se sentó encima de él para inmovilizarle y empezó a pegarle, a lo bestia, sin parar. Estaba soltando lo que llevaba guardando todo ese año.
Izuku ni se defendió, ya que su compañero era imparable y a la vez, muchísimo más fuerte. Además, sabía que no podría detenerle de ninguna manera, en cierto modo, sentía que aquello que estaba recibiendo, realmente se lo merecía, que todo el dolor que estaba recibiendo en todo su cuerpo, era karma.
Cuando Kacchan se quedó completamente satisfecho, (también tenía los nudillos amoratados) se apartó de él, le incorporó y le apoyó en la pared para que no se ahogase con la sangre que salía de su nariz y su boca.
Una vez recuperado, en parte, la respiración, Izuku levantó la mirada y se quedó con la vista fija en aquellos ojos que lo hipnotizaban tanto. Era impresionante que le estuviesen mirando de nuevo.
—Kacchan...
—Cállate. —le cortó. Izuku se quedó callado, el rubio no aparentaba haber ganado paciencia en aquel año. —Ahora que hemos arreglado algunas cosas...
—¿Arreglado...?—consiguió preguntar dolorido.
—...debo cumplir mi misión de informarte de lo que está ocurriendo.
Izuku tragó saliva, o sangre, ya no sabía nada, y le miró concentrado, a pesar del dolor. —Nuestro hogar está a punto de estallar.
—¿Qué...?—susurró algo confuso.
—La guerra, idiota. Nuestro hogar está en guerra.

El Cuento Del León Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora