37. DECISIONES OPUESTAS.

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Estaba bastante contrariado. No habían pasado ni dos horas cuando su hijo subió a la habitación. El señor Agreste estaba preocupado, pues sabía que su hijo tenía gran parte de razón y a pesar de la decepción que sentía, también se sentía orgulloso por la forma en la que asumía su responsabilidad acerca del tema. Sentía que debía hablar con él y encontrar juntos una solución. Sabía que Adrien quería hacerse cargo, y si era como él, entendía sus razones para querer comprometerse con aquella chica.

No había elegido mal, la chica tenía talento, era muy bella sin lugar a dudas, y además se había dado la libertad de investigar sobre ella. Sabía que tenía anemia desde hacía algunos meses, pero eso ahora lo atribuía a su estado avanzado. Le pidió información acerca de su estado a Nathalie, quien en pocos minutos llegó con su historial clínico. Un embarazo múltiple de alto riesgo, anemia, un aborto por desvanecimiento de uno de los tres bebés que esperaban, cuatro meses de embarazo... sin lugar a dudas la chica no estaba en sus mejores condiciones y Adrien había apuntado demasiado alto al acertar con tres bebés para ser su primera vez.

Se llevó las manos al puente de la nariz, ejerciendo presión en un intento por apaciguar la preocupación que ahora sentía. Sintió mucha ansiedad, no sólo por su hijo, sino por aquella chica que parecía no estar del todo bien y que ahora sentía también como responsabilidad propia por no haber sabido ser un buen padre para su propio hijo.

A veces se sorprendía por la actitud de Adrien, tan puntual, tan directo, tan acertado... y tan impulsivo como lo era su propia madre. No pudo evitar sonreír al recordarla. Ella tan sólo tenía 16 años cuando él mismo, por su propio descuido la dejó embarazada. Sólo esperaba que su hijo fuera mucho mejor padre para aquellos niños, (porque eso decía el historial clínico, que los bebés que seguían vivos eran dos niños), de lo que él mismo pudo ser para él.

Después de mucho meditar, recordar y analizar aquellos documentos médicos, cerró la carpeta y se dirigió a la habitación de su hijo. Tocó varias veces la puerta, pero nadie respondió.

─Adrien, sé que estás enojado, pero quiero hablar contigo ─dijo el señor Agreste del otro lado de la puerta. Suspiró profundo y con frustración al no obtener respuesta. Tomó el pomo de la puerta para ingresar en la habitación, pero se detuvo en cuanto la abrió sólo un poco. Lo mejor era dejarlo esa noche sólo, que las cosas se enfriaran y refrescaran un momento. Ya lo había decidido. Apoyaría a su hijo, aunque no estaba de acuerdo del todo con lo que había hecho, pero aún no le dejaría casarse ni hacer vida fuera de la mansión. Si quería tener sus hijos, los tendría, pero aún no saldría de su casa. Quería que terminara sus estudios y se formara adecuadamente para que lograra darle estabilidad a aquellos niños que apenas vendrían al mundo. El problema ahora sería en controlar cuando los medios se enteraran de la verdad, entonces tendría que pensar en lo que podría pasar y en cómo solucionar la metida de pata de su hijo.

Por otro lado en la casa de los Dupain-Cheng la situación era mucho diferente. Sabine había subido y le había parecido ver dos sombras escabullirse por el balcón. Aunque no logró percatarse de quienes eran, su lógica la llevaba a que Marinette y muy posiblemente Adrien, habían escapado. ¿Pero cómo podían huir saltando desde el balcón? Ella subió rápidamente las escaleras imaginando la peor de las situaciones y temiendo encontrarlos en el suelo, frente a la panadería, pero en cuanto se asomó por el barandal no encontró nada. ¿Entonces cómo era posible? Estaba segura de que eran ellos.

A menos que.... Miró por detrás del balcón, hacia el techo. Era la única forma, pero Marinette ya tenía su embarazo de cuatro meses. No le sería fácil subir tan rápido al techo para alcanzar las escaleras de emergencia, además que por allí tampoco se veía a nadie. Se apresuró y bajó de nuevo a la habitación revisando todos los cajones de su hija. Muchas de sus cosas seguían allí, pero se había llevado algunas otras y su maleta tampoco estaba. Sintió rabia, ira, enojo y todos aquellos sentimientos que la llevaban a la locura sólo de pensar que su hija había escapado con aquel descarrilado joven, pero también estaba preocupada. Pese a los errores era su hija, sin embargo, la decepción y la vergüenza era más grande en ese momento y la ira no ayudaba.

Solos Tu Y Yo...  Bajo Las Hojas De Otoño.    MLBAA18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora