Tom estaba preocupado. Sabine había estado actuando demasiado extraño desde que Marinette se había ido de casa. Estaba más agresiva y explosiva. Ni siquiera cuando estaban en espera de Marinette ella se había comportado de esa manera, pero según el doctor y las personas que le rodeaban, aquello era normal. La mujer estaba pasando por demasiado estres y las hormonas del embarazo debían tenerla bastante alterada. A ello se le debía sumar lo sucedido con Marinette. Aquella niña siempre había sido la luz de sus ojos, su niña mimada, y descubrir lo que había pasado, darse cuenta que todo se había ido al drenaje cuando quedó en aquel estado, casi al mismo tiempo que ella, y que no podía hacer ahora nada para ayudarla...
Decepción, eso era lo que sentía ahora constantemente, eso más todas las miles de emociones que se arremolinaban juntas en su corazón. Bufó mientras desde la sala observaba a su mujer en la cocina, ya sin tararear, mientras mecánicamente hacía la cena en completo silencio. Aquel silencio que lo asustaba y preocupaba cada vez más. Extrañaba a la Sabine de antes. Aquella mujer dulce que siempre estaba con una sonrisa en su rostro, que siempre se preocupaba por los demás y que era noble y comprensiva, extrañaba a su hija bajar por las escaleras con la alegría que siempre la caracterizó, extrañaba comer todos los días con su hermosa familia al pie de la mesa. Incluso extrañaba las llamadas de su madre cada fin de semana para preguntar por su familia. Desde que Ginna se fue, ni siquiera había hecho una sola llamada. Se sentía tan abandonado, pero en parte, lo único que ahora le motivaba era que el chico, por el que debía sentir bastante rencor, ya que fue quien destruyó toda su vida, venía de vez en cuando para mantenerle al tanto de su hija.
Marinette parecía estar bien. Adrien hablaba de ella con un brillo especial en sus ojos y no había duda que la amaba demasiado. Incluso algunas veces iba sólo para que le aconsejara acerca de cómo tratarla. El chico era listo, pero Tom aprendió a comprenderlo. No sólo él había perdido a su hija ese día en que se enteró de su estado, sino que Adrien había perdido a su padre también, y por lo que entendió, también habían perdido a una pequeña que no tuvo la oportunidad de nacer. Y sin embargo, ahí estaba aquel joven, sonriendo y luchando por propia cuenta a escasos 16 años, con sus manos desgastadas por un trabajo al que no estaba acostumbrado, con un par de marcadas ojeras bajo aquellos ojos esmeralda de los que Marinette siempre estaba hablando y parloteando, un poco más delgado de la última vez que lo vio, pero aún seguía de pie, luchando seguramente sólo.
Sabía que Ginna los estaba buscando, pero ni él era capaz de pedirle al joven que le diera su ubicación, pues temía que su esposa se enterase y ocurriera algo impensable. Lo mejor de momento era que guardaran distancia, por lo menos hasta que Sabine pasara su embarazo y su cabeza se enfriara, pero por más que pasaba el tiempo no parecía pasar aquello.
Sabine se había vuelto fría y testaruda, irritable, insoportable, explosiva... tantas palabras negativas podían entrar en una sola persona en tan poco tiempo que apenas le parecía algo irreal que su mujer hubiera cambiado tanto. Ya no la reconocía. Incluso le parecía diferente, se veía diferente. Sabine se veía más oscura, como si se tratara de una bruja.
Sacudió su cabeza para no pensar mal de ella. Por fortuna algunas veces parecía volver a ser la de siempre, pero la mayor parte del tiempo la desconocía por completo.
Suspiró pesadamente intentando rememorar los buenos momentos para desconectarse de la actualidad, de la verdad, de todo lo que le rodeaba con todos sus problemas juntos. Volver al pasado era mejor que quedarse sentado en la realidad.
─La cena ─dijo Sabine cortante, arrastrando al pobre hombre a la realidad y sentándose en la mesa mientras lo miraba con entera frialdad.
Tom no tuvo de otra que levantarse del sillón y acercarse al comedor a paso lento y acongojado. No tenía ni apetito. Aquello se había estado yendo a quién sabe dónde en los últimos días, muy a pesar de saber ahora un poco de su hija y que estaba bien. Incluso él había adelgazado varias tallas por debajo de la normal. No había rastro del hombre corpulento que fue antes. Su anchura incluso se había perdido y toda su ropa comenzaba a quedarle holgada. Se sentó junto a ella quien le tendió su mano con dulzura mientras sus ojos brillaban con una extraña ilusión que sólo aparecía una vez cada poco tiempo. Aprovechó aquel momento fugaz para corresponder su cariño y allí estaba de nuevo, aquel brillo moribundo reemplazado por la frialdad de un corazón de hielo que apartaba su mano de inmediato e ignoraba su cariño.
Con su corazón hecho trizas por milésima vez aquel mismo día, intentó ignorar su situación y alejarse del presente, imaginando y soñando con un futuro donde tanto sus hijas, como sus nietos, y por supuesto, aquel condenado rubio al que ahora apreciaba, se sentaban todos alrededor de la misma mesa, recordando aquel momento como algo demasiado absurdo y gracioso que parecía irreal, mientras su esposa reía con espontaneidad.
Sin lugar a dudas las cartas estaban sobre la mesa y la mayoría estaban abiertas. Todas eran As y sólo faltaba una para que la flor imperial le hiciera ganar el juego. Sólo era cuestión de descubrirla antes sus contrincantes. Por alguna razón intuía que aquel Akuma sería la mejor carta que se jugaría esa semana. Ladybug y Chat Noir pagarían por todo, por poseer los miraculous y frustrar todos sus planes, pero ahora se sentía cada vez más cerca de la victoria. Cada batalla perdida le había hecho ganar demasiada experiencia.
Ya era hora de comenzar a dar rienda suelta a su plan, sin embargo, el akuma aún debía madurar un poco más. Aquel había sido un descubrimiento llevado a cabo tras la experimentación. Jamás había pensado que incubar un akuma y dejarlo durante tanto tiempo bajo las sombras de los terribles sentimientos de alguna persona harían que su poder se concentrara tanto. Se preguntaba muchas veces que tan malvado podía ser el sentimiento que despertara de aquel incubus, tanto que a veces le asustaba. Si se salía de control sería todo un problema, pero eso a él no le pasaría. Podía más el sentimiento del triunfo y la mera curiosidad de saber lo que saldría de aquella escalofriante y asombrosa experimentación.
Prefirió esperar unos días más. Sólo unos días. Su akuma debía ser perfecto y para llegar a la perfección se necesitaba de tiempo, mucho tiempo.
Charararán...
Y... ¿Qué creen que pasará?
Un abrazo.
El Gato Azul.
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Solos Tu Y Yo... Bajo Las Hojas De Otoño. MLBAA18
FanfictionAdrien descubre la verdadera identidad de su Lady y ahora no sabe cómo remediar el haberla rechazado cuando en su forma civil, ella ya se le había declarado. Intentando e intentando se frustra por no conseguir la atención de su amada y comete un err...