Ojos chiquitos, me estoy muriendo... ven por favor. No calles y quédate.
Me he consagrado a este sentimiento, que guardo en mi pecho como un tesoro inquebrantable de mi vida, como luz y oscuridad que se desvanece en la palma de mi vida, pero que perdura en el imán de mi alma, con lo más dulce, tierno, llena de pureza, su mirada, su sonrisa, su propia vida. Porque no hay explicación, quizás un algo incomprendido que no merece respuesta, porque simplemente no la hay; solo vivir y sentir.
Yo mismo he buscado en cortejo, la razón sublime de esta utopía tan hermosa, tan fugaz como las estrellas que iluminan el firmamento en las noches consteladas, haciendo compañía a la luna de los poetas... Y yo tan solo me he parado a susurrar el nombre que me regala la más bella condena de sentir los latidos de su corazón, una flor en el verano de mis años juveniles.
No puedo pensar que existe el adiós, aun cuando muchas veces me he despedido de muchas personas que no han vuelto, pero un sí hasta pronto, porque a veces, aunque no se quiera, uno se encuentra; algo simplemente inevitable de la vida. Pero la flor, también aunque se marchiten sus pétalos, se guarda en la memoria la escencia de lo que un día fue; su vida en primavera.
(Quédate, por la razón más linda que haya en tu alma)
