LXXXV

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Un sueño a la penumbra

Tuve la suerte de soñarte una vez más
mariposa viajera de mis sentidos,
dueña de mis versos
tan perdidos,
tan orientados a tu alma
en la cúspide almibar
del riachuelo de tu tinta,
que descansa en el centro de mis pupilas,
pintando peldaños de sonrisas
en la alegoría de tus labios,
que dibujan la magia de mis suspiros.
Te soñé tan real
como lirio en mis manos,
como sonrisa perdida, de flor en campo;
una vez más, en el horizonte,
en la orilla de una corriente marina,
tocando la arena con nuestros pies desnudos,
soñando la ternura de un manto
suave, delicado, caracola de las olas del mar.
Es así es como te soñé,
con una poesía en tus labios,
rubí placentero de mis delirios,
emífero versos,
solo de mis sentidos;
juglar ardiente de los besos míos;
encantadora tormenta de pétalos de flores,
que alivia mi quimera, mi frenesí.
Te soñé, guardiana de mis sueños,
golondrina de mi apasible canto,
porque te juro y te declaro
que son tus ojos en donde me pierdo
y son tus labios que tanto anhelo
junto al firmamento de tu alma
que sueño, que quiero.
Te soñé así de loca,
terreno fértil de besos;
ojitos de luna en cuarto menguante,
con el corazón recio, cual suspiro celestial.
Así te soñé tanto,
en la penumbra de mi habitación,
en la cárcel de mis lamentos
frágiles, tormentos de una razón,
con pincel en mano, pincel llorando,
por no hundirme en el abismo
del esplendor melancólico de un adiós.
Te soñé, una vez más paloma viajera
y fue mi canto de jilguero
que abrazó tu alma en el horizonte
y besó el capullo de tus ojos de lucero.

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