Capítulo 45

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Cerró el libro dejándolo sobre la cama al terminar la llamada con Paulina. Habían hablado por casi dos horas esa tarde, era sábado y todo el día de la había pasado metida en casa.

Ricardo tenía el fin de semana libre y no podía disponer de un coche para ir a bailar a la casa que sus abuelos le habían heredado, tampoco quería tomar un taxi hasta allí y su novio aún no se libraba de ese castigo que estaba a punto de cumplirse.

Solo quedaban tres días. El martes próximo se cumplirían esas dos semanas impuestas como castigo por sus suegros, y su novio podría por fin regresar a la academia. Debía reconocer que le había servido para recuperar las asignaturas suspensas del trimestre anterior y también para subir las notas de los exámenes que venían. Había tratado cada tarde de ir a verlo, ayudarlo y hacer todo lo posible para que todo fuese más liviano para él.

Ese sábado todos sus amigos habían decidido escaparse juntos a la playa, pero ella no deseaba ir, no sin él. Había aprovechado para estudiar, para hablar con Paulina, quien le contó todo lo que habían hecho en esa salida, hasta que finalmente colgó y decidió cerrar los ojos un momento.

—Señorita... —fue la voz de Candela lo que hizo que abriera los ojos y se incorporó para sentarse sobre la cama —. Disculpe si la desperté, no sabía que estaba dormida.

—No, Candela, no pasa nada. Apenas cerré los ojos. ¿Necesitas algo?

—Solo era para avisarle que ya me voy, sus padres llamaron a decir que llegan mañana de madrugada —suspiró. ¿Qué podía decir o esperar? ¿Que preguntasen si ella estaba bien sola?

—Está bien, gracias.

—Le dejé algo de cena preparado. Cuando quiera solo tiene que calentarlo, ¿está bien?

—Sí, Candela, gracias. Hasta mañana.

—Hasta mañana, señorita. Que descanse —asintió y suspirando se recostó de nuevo en su cama cuando se quedó sola de nuevo. Podía estar acostumbrada a eso, pero... No, la realidad es que lo único que deseaba era un abrazo suyo. Lo necesitaba a él.

Y como si leyera sus pensamientos se incorporó rápidamente al escuchar el inconfundible sonido que le anunciaba una videollamada en la que su novio estaba del otro lado de la pantalla. Sin dudarlo salto de la cama y corrió hasta el escritorio donde se encontraba su portátil.

—¡Mi amor!

—Muñeca... —lo vio sonreír a través de esa pantalla y sintió su corazón a punto de salirse de su pecho —. ¿Qué hacías, muñeca?

—Nada, amor. Terminé de hablar con Pau y de estudiar —se acomodó en la cama sin dejar de ver la pantalla. Esa videollamada era la mejor de las sorpresas.

—¿Cómo? Pensé que habías salido con todos a la playa —con una leve sonrisa negó, sin dejar de mirarlo —. ¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? Porque faltabas tú. Qué sentido tiene ir a la playa si no voy a estar disfrutando al cien por cien.

—Maca, pero por qué haces eso. Debiste ir con todos y salir de casa.

—No tenía ánimos, Miguel —lo vio fruncir el ceño al bajar ella la mirada a sus manos con las que jugaba sobre sus piernas cruzadas.

—Muñeca, ¿qué pasa? ¿Por qué esa cara? —negó levemente, pero él la miró alzando una ceja —. Macarena.

—No pasa nada nuevo, Miguel. Solo es que te echo de menos y hoy más que nunca me gustaría estar contigo.

—Y a mí estar contigo, estoy muy aburrido —lo vio dejarse caer en su cama y sonrió.

—¿Estás sólo? ¿Tus papás no están?

Bailemos, Al Compás De Nuestro AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora