Capítulo 49

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Nunca se le había hecho tan larga una mañana de clases. Hubiese preferido no ir aquel día y estar en ese momento junto a su novia, pero sus padres no le permitirían algo así. Había faltado a clases los dos primeros días que Macarena permaneció internada en el hospital y, aunque gracias a sus amigos estaba al día, no podía darse el lujo de perder más.

Estacionó el coche todo lo bien que sus nervios se lo permitieron y corrió hacia el hospital, buscando la habitación que había visitado a diario durante la última semana. El humor de su novia, desde que supiese la realidad sobre la fractura en su pierna, había empeorado mucho. En esos días apenas la había visto sonreír y no porque no intentara animarla. Ni siquiera había querido que sus amigos fueran a visitarla y las únicas personas a la que recibía eran sus padres, Regina y él, sobre todo él... Hubiese querido estar cada minuto de esos días a su lado, cuidándola y animándola, pero tanto sus padres como sus suegros lo habían convencido de visitarla en la medida que sus clases en el instituto se lo permitieran.

Cuando llegó frente a la puerta de su habitación respiró hondo. Sabía que desde esa tarde y durante las próximas semanas nada sería fácil. Macarena veía todo perdido, pero él no lo creía así. Quería ayudarla a recuperarse lo antes posible y no pensaba rendirse hasta conseguirlo.

Puso su mejor sonrisa y abrió la puerta para encontrarse con ella y suspiró al ver su expresión molesta, seria y fastidiada. Nina estaba de pie en una esquina de la habitación, observando de brazos cruzados cómo la enfermera le retiraba la vía que su novia tenía en el brazo y revisaba por última vez sus constantes y el estado del vendaje de su pierna lastimada.

—¡Ya termina con eso! Me haces daño —negó resignado al escuchar las quejas de su novia hacia la enfermera, quien merecía un premio por la paciencia que durante toda esa semana había tenido con ella. Miró a Nina que le dedicó una sonrisa triste y fue entonces cuando se acercó a ella.

—Hola, muñeca.

—¡Por fin llegas, Miguel! Te tardaste mil años —al verla cruzarse de brazos no pudo evitarlo, ese gesto, verla actuar con ese enojo de niña pequeña... Sentía que la amaba mucho más.

—Lo siento, muñeca. No pude escaparme de la última clase, pero ya estoy aquí —una leve sonrisa se dibujó en su rostro y supo que era el momento, se inclinó y tomando su cara buscó sus labios para unirlos a los suyos por algunos segundos —. Te dije que estaría aquí contigo.

—No te hubiera perdonado que no llegases —se sentó a su lado con cuidado, rodeándola entre sus brazos como tantas veces lo había hecho y como a ella le gustaba —. Te he extrañado mucho.

—Y yo a ti, mi amor, pero ya regresas a casa —asintió y cuando alzó la vista se encontró con la mirada de la enfermera sobre ellos —. ¿Todo está bien, señorita? ¿Podemos irnos ya?

—Cuando deseen, solo debe esperar que le traigan su alta.

—Perfecto, muchas gracias.

—Ha sido un placer, Macarena. Espero te recuperes pronto —la mirada seca de su novia le indicó que él debía contestar a los buenos deseos de la enfermera.

—Muchas gracias por todo —con una sonrisa la enfermera salió de la habitación y fue entonces que sintió cómo su novia lo empujaba para alejarlo de ella —. ¿Qué pasa? ¿Por qué me empujas así?

—Porque eres... ¡Estabas coqueteando con ella en mi cara!

—¿Qué? Claro que no, Maca, estaba siendo amable —al verla rodar los ojos respiró hondo y trató de arreglar la situación. Debía tener paciencia, la entendía... —. Mi amor, no te enfades que sabes que yo solo tengo ojos para ti.

Bailemos, Al Compás De Nuestro AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora