Prólogo

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Los dibujos jamás me parecieron tan especiales. Pero al verla a ella, algo me gritaba que la pintase.

Tan sólo tenía 10 años, una imaginación impresionante y un trabajo de arte que entregar. Observé su perfil y la dibujé tal cual; su cabello castaño amarrado en dos trenzas a sus lados y mechones rebeldes que se escapaban de ella volando a su alrededor como si un torbellino se acercara.

Un bosque tracé detrás suyo para que estuviera cómoda y se sintiera en paz.

La pena rebosó mi corazón cuando el profesor me lo pidió. No podía dárselo, era especial. Probablemente porque ella estaba en él.

El timbre del recreo sonó, aprisioné la hoja contra mi pecho esperando a que todos se largaran fuera del salón. A solas con su figura borrosa traté de acariciar su mejilla.

Mi mano atravesó el papel y en mí una confusión latente me sofocó. Mi extremidad no salía por el otro lado de la hoja, estaba dentro de ella. Continué adentrando el resto de mi brazo hasta que pronto mi cuerpo cayó de lleno dentro del dibujo.

Había arboles por doquier y un césped tan verde como el lápiz que usé. Me levanté de allí y la brisa me rodeaba con frenesí. Giré en mi eje, para un lado y para el otro. Hasta que, finalmente, encontré unos ojos.

Todo se sentía tan real que me aterrorizaba. Sabía que no era un juego, mucho menos un sueño. Era ella, no de carne y huesos, pero pintada inconsistentemente por mis baratos lápices. Se presentó ante mí con una sonrisa resplandeciente que correspondí con intriga.

Así comenzó, con un inocente trabajo y un gigantesco amor.

¿Por qué ella nunca puede oír esta historia?

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora