Capítulo 4 ♡

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—Ni siquiera lo pienses —musita Chad y me toma por el brazo arrastrándome hasta el baño de mujeres

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—Ni siquiera lo pienses —musita Chad y me toma por el brazo arrastrándome hasta el baño de mujeres.

—¿Sabes lo que acabas de hacer? —expreso molesta cuando cierra la puerta y nos deja asfixiándonos en el cubículo de 2x2 metros cuadrados.

—Querías cometer una infidelidad y en frente de cientos de personas, amor. Estabas a punto de dejar que todos me pongan apodos como "cornudo" y demás. ¿Eres estúpida o no cabe en tu cabeza que si actúas debes meterte bien en el papel y no errar ni una vez? —sus ojos, marrones al igual que el resto, me miran iracundos. Su tono no es elevado, sino dulce y meloso, es el que siempre utiliza para disfrazar su contenido. Ironía sería la palabra correcta para describirlo.

—No iba a hacer nada, Chad —miento y coloco la expresión más angelical. Se acerca a mí, tanto que las puntas de sus zapatos rozan los míos. Su mano acaricia mi mentón para comprobar la veracidad de mis palabras—. No me pidió que te engañe. Estábamos hablando mientras bailábamos, eso es todo.

—Mira, Lacey, voy a creerte porque si no tengo confianza contigo, todo lo que hemos pasado no tendría sentido alguno. Pero ten presente que, si piensas traicionarme, le diré al mundo que eres una mentirosa que está dispuesta a fingir una relación para que no la acusen de inexperta. Si me hundes, nos hundiremos juntos —advierte apacible. Aplano los labios resignada—. Antes de que hagas otra de tus estupideces, piensa en que te verás como una zorra por engañarme, una novicia si ese chico nota que jamás diste un beso y una falsa por mantener un noviazgo de mentiras. Calcula algunos de tus movimientos antes de hacerlos, cariño.

Tengo todas las de perder, lo sé. La sociedad en la que vivo no aceptaría que haga todo eso. Sé lo cruel que es la gente, la poca empata que tienen y la indiferencia del dolor que poseen cuando señalan con un dedo.

Es injusto que besar al chico que quiero sea un acto donde me veré como la antagonista de la novela. Nuevamente me veo obligada a rechazar oportunidades por el irracional miedo al qué dirán.

No es conveniente para mí o para Chad que nuestra relación se acabe. Lo odio, pero destruirlo significaría también destruirme a mí.

—No lo haré, confía en mí —mi petición deja un silencio en el que deseo escurrirme de sus manos y salir por donde ingrese. Sin embargo, su mirada baja y no muestra indicio alguno de disgusto respecto a nuestro contacto.

—Déjame besarte —insiste en tono de ruego, como si realmente lo necesitara—. Sé que antes te lo impuse, pero ahora te lo estoy pidiendo. Por favor, deja que lo haga. Es sólo un beso.

—No. No es sólo eso para mí y lo sabes. No insistas, eso no pasará —es mi decisión final, la cual no me atrevo a cambiar aunque en su semblante reluzca un atisbo de defraudación.

Me libera y camino a través de las personas, las luces y la música para llegar a Ilay, sin embargo, no lo encuentro por ningún lado. Salgo al pequeño jardín que está decorado con lucecitas blancas que titilan y me acerco a la reja para ver el exterior; su camioneta tampoco está.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora