Capítulo 42 ♡

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Los cambios asustan, en especial cuando entiendes la gravedad que se oculta detrás

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Los cambios asustan, en especial cuando entiendes la gravedad que se oculta detrás.

Entiendo a lo que me voy a enfrentar, sé lo que mis ojos verán, incluso conozco el trato que me darán. Pero comprenderlo y resistirme a ello son dos cosas diferentes.

Tabita mira la vida con ingenuidad, con esa poca percepción de la maldad que la convierte en... ¿Frágil? ¿Delicada? ¿Vulnerable? Creo que no existe la palabra correcta.

Ella cree que el mundo está dotado de bondad y si no es así, por lo menos sus padres sí.

Ella nunca pensó que esa mentira se destruiría con un simple vistazo y una seca presentación.

No quiero sonar malvada diciendo que estoy ansiosa por ver ese momento, pero estoy ansiosa por ver ese momento.

—¿Sabes, pa? Nunca vine a tu casa, no sé por qué —comenta ella con una inocencia inherente.

Pues yo sí sé.

Él no dice nada, sino que baja del auto para alcanzarnos nuestras valijas. Tabita las recibe y yo poso mis caderas contra el coche viendo directamente a la casa.

La misma casa que hace un tiempo me atreví a entrar. La misma calle Sunset donde me desmayé. El mismo buzón con el apellido "Alfaro" grabado que me confirmó mis sospechas.

A pesar que el lugar ya me resulta familiar, la asquerosa sensación penetra mi piel y me estremece.

—Hola.

El rostro de Tabita se descompone por completo al centrar su atención en la antipática mujer. Sin intención de contenerme, le tomo una foto, juro que podría ser el próximo meme viral en internet.

—Tabi, corazón, ella es Marisa, mi esposa —la presenta con un nerviosismo ostensible. Posa una mano sobre la espalda de mi hermana obligándola a que sonría—. Marisa, ella es mi hija, Tabita. Y...

—Y yo soy Lacey —doy la vuelta hasta pararme frente a la poco agraciada mujer—. Pero creo que ya nos conocemos, ¿no?

Siento mi adrenalina al tope, aunque una confianza inexplicable me guía. Me gusta.

Este valor antes era inexistente. Si no fuera porque la conozco, entonces ahora sería un manojo de miedos, temblores y quizá dueña de un desmayo. Como eso ya pasó no me queda más que esta rara emoción de que yo tengo la ventaja.

—Sí, lo recuerdo, tú eres la que vino con aquel chico que dibujaba —dice con un tono amable tan falso como mi odio por Johann. Se acerca para dejar un seco beso en mi mejilla y aprovechar para susurrarme—. También oíste lo que dije si encontraba la familia de tu madre.

Por Dios, mi mamá acaba de morir y a ella se las da por amenazarme.

Ignorándola por completo me adentro a la casa como si ya fuera mía. Me paseo por las mismas habitaciones que visité. Mis ojos saltan de una absurda decoración a otra provocándome hastío.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora