Capítulo 27 ♡

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La indiferencia es de las peores atrocidades y castigos inventados por el ser humano

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La indiferencia es de las peores atrocidades y castigos inventados por el ser humano.

La indiferencia te vuelve menos relevante, te hace sentir que eres indigno de su preciada atención, que ni siquiera vales. Es algo que quema entre la sangre de tus venas, que te mortifica y borra del mundo.

De por sí, provocarle ese sentimiento a cualquier persona es desesperante, pero provocarlo en Ilay Sallow, el chico que ha robado mi corazón para luego destruirlo como muestra de su poder, eso, es la desagracia más horrenda existente en el mundo.

Sí, Ilay me ha estado ignorando desde nuestro beso. Y yo, como estúpida, no puedo dejar de pensar en ese momento.

La escena se repite, una y otra vez, como si fuese un sueño del que no puedo escapar. La imagen perfecta con un trágico final.

Varias veces en la semana intenté acercarme a él, incluso consciente de que la mayoría de nuestra escasa relación fue una faena para él, el resultado de mis encuentros fue deplorable; si daba algunos pasos hacia él, entonces se alejaba, y si pretendía saludarlo, fingía no conocerme.

Las personas suelen decir que el primer beso está sobrevalorado, que le agregamos más importancia de la que se merece. Pero no. Para mí, mi primer beso marca un antes y un después en la vida.

Es como cuando te emborrachas por primera vez. Antes de probar el alcohol tienes muchas dudas, te preguntas cómo se sentirá, cómo actuarás o siquiera si te gustará. Te muestras entusiasta a los resultados. Cuando estás en la acción todo parece maravilloso, no sientes que necesitas algo más para vivir. Y entonces viene la resaca, ese estado en el que los arrepentimientos te consumen por todo el mal que le hiciste a tu cuerpo.

Bien, pues algo así ocurre cuando besas por primera vez. La resaca de un beso es algo peor, no se va con pastillas, vómitos, agua o la simpleza del tiempo. No, esta permanece inherente en nuestro sistema hasta el día que decidamos deshacernos de ella.

Últimamente me siento agotada, física y mentalmente. Siento que mi cabeza explotará en cualquier instante, que incluso respirar requiere un esfuerzo con el que no puedo más. Sólo hay algo que me motiva a salir de mi casa.

—Campanita —canturrea Rony al verme entrar en su cafetería—, qué extraño tú por aquí a estas horas y con este clima.

Pasó una semana desde la pijamada. Una semana en la que parecía ausente, quizá de luto por ceder a los encantos del chico de ojos dorados. No hablaba si no era necesario, no hacía muecas o prestaba atención a lo que a mi alrededor trascurría.

Estaba en un estado mental en el que todo lo que hacía era por costumbre. Todos se movían y yo me quedaba quieta en mi lugar, pensando y pensando sin poder sacar alguno de esos pensamientos al mundo exterior.

Pero hoy, decidida a que esto tiene que detenerse, voy a hablar con el adulto en el que más confianza deposito.

—Lo sé, también sé que notaste que mi humor ha estado un poco... decaído. Digámoslo así —comienzo al sentarme en la barra frente a él.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora