Capítulo 36 ♡

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¿Cómo pudo dejarlo?

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¿Cómo pudo dejarlo?

No lo entiendo, ¿por qué lo dejaron?

—¿Son huérfanos? —interroga una señora regordeta apenas Johann toca el timbre. Su semblante aburrido y voz gruesa impone miedo.

—No, pero... —tiene que detener la puerta para que no nos la cierre en la cara, tal como Spencer lo hizo conmigo cuando fui a visitarlo— ¿Le gusta el arte?

Él y sus trucos mágicos...

—Ya tengo mis propios cuadros —responde tajante mientras señala una horrible pintura contigua a la puerta.

Luciendo desesperado mete la mano en su chaqueta azul eléctrico y saca un fajo de billetes.

—¿Y qué le parece el dinero?

—Con dinero baila la mona —hace un atisbo de sonrisa deslumbrada por tantos verdes juntos. Abre la puerta por completo y señala el interior—. Díganme, ¿qué es lo que desean?

En definitiva, el dinero hace maravillas. Quien diga que está sobrevalorado es porque nunca ha tenido el suficiente para saborearlo.

Él me concede el paso, aunque nuestras manos siguen entrelazadas. ¿Está de más decir que le suda como si la hubiera sumergido en un mar de angustia?

—¿Aquí reside alguien con el nombre Axel? —cuestiona nervioso.

—Creo que sí, pero déjenme checarlo con la lista de los niños.

Mi cabeza se mueve de un lado a otro inspeccionando el lugar. No es feo, sin embargo, tampoco es bonito. Las paredes están hechas de una madera oscura que no puedo reconocer, hay un comedor con mesas largas y algunas pinturas tan feas como la de al lado de la puerta. La oficina de la mujer es muy diferente al lugar, esta está llena de lujos y decoraciones que podrían considerarse safables.

Porque por lo general su gusto es asqueroso.

—Soy Olga —pronuncia perdida entre papeles y agendas—; si vamos a hacer negocios tienen que saber mi nombre y que no suelo aceptar visitas para los niños. Esta es una excepción, ¿okey?

Ambos asentimos expectantes a que encuentre algo.

Dios, siento las mismas ansias que debe sentir él. Quizá finalmente conozca a su medio hermano, eso me recuerda a la vez que yo los conocí y me evoca los mismos sentimientos. Mi cuerpo tiembla con la curiosidad.

—¡Aquí está! —exclama haciéndonos sobresaltar— Sí, él está aquí: Axel Alfaro.

Me paralizo, mi cerebro va a mil por hora tratando de procesar su información. Me siento alegre por mi amigo y porque nuestra investigación fue exitosa, pero algo hace ruido en mi cabeza. Es como un pitido ensordecedor que no me deja disfrutar el logro.

La sonrisa de él no puede aumentar más. Está radiante, como si un capricho se le hubiera concedido.

—¿Axel qué? —pronuncio con un suave jadeo.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora