Capítulo 20 ♡

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Anemia

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Anemia.

Acababan de detectar que por mi sangre corren menos glóbulos rojos que como debería ser. A mis órganos no le llega el oxígeno suficiente. Estoy enferma.

El doctor dijo que no era algo tan grave, pero que mientras tanto mi madre debía ser avisada. En cuanto lo hice ella llegó y habló a solas con él, supuse que sobre mi nueva dieta que debo adaptar llena de hierro y vitaminas cuyos nombres olvidé.

Mi ánimo está decaído por la noticia, me siento estúpida por no haberme preocupado un mínimo en mi alimentación. Al terminar el primer día con todas las comidas que había hecho por recomendación del doctor, lucía cansada.

Tabita llenaba su boca de chistes carentes de gracia en el que se burlaba y aseguraba que a ella nunca le sucedería algo parecido.

Supongo que la ignorancia la ha cegado más de lo que pensé. Su frivolidad nublaba su cordura mientras reía abiertamente. Lo disfrutaba. Y yo me preguntaba qué tanto tuvo que haber sufrido para poder hacerlo sin ninguna clase de remordimientos.

Cuando mamá anuncia que mi padre está en la sala como su visita semanal, por primera vez hace mucho tiempo, lo veo y le sonrío con espontaneidad. Ya no soporto a mi hermana y mi madre con sus ojos cansados me hace sentir cada vez peor. Un aire que aligera un poco mis pulmones, pienso.

El revuelo de la enfermedad había hecho que de mi mente el momento familiar que vi por los cristales se eliminara, casi como un archivo enviado a la papelera. Sé que el recuerdo está en alguna parte de mi cerebro, aunque no puedo desplegarlo.

Decir que le importa un mínimo lo que el doctor había dicho, sería una completa mentira. Asiente a todo lo que mamá le cuenta, para ser sincera, no esperaba más. Cuando da por finalizado su relato, puedo entrar en la conversación para cambiar de tema.

—Pa, ¿leíste la historia que te envié al correo? —mi tono es dulce y emocionado por escuchar su opinión.

—Sí, bueno, hija. No podré publicarla, tal vez no deberías escribir para mi periódico —su semblante es severo y su voz dura. Sus ojos, debajo de las gruesas cejas que lleva, parecen irradiar un sentimiento oscuro que no me atrevo a descifrar.

Mi cuerpo se encoge en el sofá, una ligera molestia en la garganta me advierte que tal vez sea demasiado para mí seguir con ese tema. Parece que me acaban de fallar, romper una promesa o robar un sueño, todo eso a la vez.

—Pero, ¿por qué? —sale de mi garganta más como un ruego que como una pregunta.

Mi labio comienza a ser mordido y desearía tener la mesa al frente para dibujar garabatos a los costados como cuando era pequeña. Esto no es un regaño, pero se siente igual.

—¡¿Cómo que por qué?! —Mierda. Su voz sube y yo me vuelvo más débil— ¿Acaso has leído lo que escribiste allí? No puedes exponer a tu hermana sólo porque se te da la gana. Además, eso es divagar, una infidelidad no puede considerarse una noticia digna de ser leída en el papel.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora