Holaaa, ¿hay alguien allí? Sólo quiero decir que si alguien está leyendo la historia por favor vote o comente para saber si debo seguir actualizándola o dejarla.
Chad King: quince años, rubio y de tez trigueña. Sus ojos son cafés oscuros y sus labios resaltan de su cara. Tiene una nariz nubia con la que él siempre soñó llevar un piercing, pero no llevó a cabo por el rechazo de sus amigos. Su pasatiempo favorito son los videojuegos. Sus padres son muy liberales y le dejan hacer lo que le plazca mientras no dañe a nadie.
Tiene una admirable manera de pasar desapercibido; si lo ves junto con su bola de amigos, él es la última persona en la que te fijas. No le gusta ser la estrella o el centro de atención. Se mantiene a la raya, con unos pocos comentarios de vez en cuando o risas que son más débiles que las del resto. No parece pensar o decir mucho, en realidad.
Su único defecto es que él es el tipo de persona que se guía por la opinión popular, la que debe mentir para encajar y guardar secretos para proteger su frágil identidad. Y yo soy de la misma clase.
Conozco tantas cosas de él, que me resulta inaudito encontrar su secreto más preciado.
La clase de arte lucía como algo aburrido para este día, mi mente rondaba con otros pensamientos en los que el profesor Adolfo hizo hincapié un par de veces.
—¿En qué mares está navegando tu cabeza, Lacey? Por favor, dime que no estás pensando en hacer otro de tus tenebrosos dibujos. Te juro que con el último tuve pesadillas —tembló en su lugar y la mayoría de mis compañeros estuvo de acuerdo.
Bah, deliraban. Mi conejo Carlitos es una maldita obra de arte, incluso le había agregado césped y una zanahoria en su mano.
Negué con la cabeza cuando toda la atención se posó en mí. La verdad es que me sentía adolorida. Cuando fui con el doctor para el control me dio la noticia de que lo de las comidas no estaba funcionando. Necesitaban suministrarme hierro como fuera. Y así lo hicieron; con una jeringa en mi trasero. Si tendría que adivinar cómo se siente el infierno diría que de la misma manera.
El resto del día no pude sentarme del ardor que sentía y para el día de hoy fingir que puedo caminar a la perfección es como sonreír mientras te están quemando una parte de tu cuerpo. Decírselo a cualquiera es vergonzoso.
Descubrí a Johann un par de veces con sus miraditas que me hacían sentir más cohibida frente al atril. Odié a Adolfo por sus insistencias en formar un círculo para que lo vean desde todos los ángulos, porque al otro extremo de él, opuesto a mí, unos ojos azules como el cielo nocturno intentaban incursionar en mi mente.
Sabía que desde nuestro encuentro rebosante de lágrimas y las confesiones que me sirvieron como catarsis nada sería igual con nosotros. Me quité una capa de orgullo al decirle que lo consideraba un amigo, eso me inquietaba, pero no me arrepentía.
—¿Alguna vez te sacas ese collar? —preguntó Chloe con indiferencia. Su pincel se movía con un tono verdusco sobre el cuadro.
En el cuello de mi blusa se percibía el resplandor plateado de la cadena, por más que el dije estaba oculto debajo de la tela, ella ya había notado el detalle. Ilay regresaba a mi cabeza varias veces en el día, traté de bloquear ese pensamiento más de una vez, y siempre fallé. ¿Qué lo hace tan atractivo que al ver su lado malvado me resulta aún más irresistible?
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Sumergida en el arte
Teen FictionLacey Bell huye de Johann como si fuera su asesino personal. Sin importar cuánto lo aparte, él regresa una y otra vez hacia ella por una razón ajena al resto: sus poderes mágicos. Un día decide darle el beneficio de la duda y preguntar qué es lo que...