Epílogo

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2 años después...

Lacey Bell: una adolescente de diecisiete años. Cabello castaño y rizado de forma imperfecta. Ojos cafés y labios rellenos. Fiel admiradora de Daniel Lisboa. Amante del café, los cumpleaños y las charlas. Periodista del Piece of the word y antiguamente del Crazy News. Una cualidad que agrada es su excesivo dramatismo. Una chica sonriente, carismática y fácil de tratar.

Lacey es el tipo de persona que haría el ridículo mostrándose semidesnuda frente a toda la escuela en el cumpleaños de su pareja. El tipo de persona que haría hasta lo imposible para descubrir quiénes están en las ramas más alejadas de su árbol genealógico. El tipo de persona que iría tras el más mujeriego sólo para saber más de su historia.

Lacey es simple y complicadamente Lacey.

—¡Chicos, bajen! —se escucha de manera lejana y distorsionada la femenina voz.

—Creo que deberíamos bajar —susurro con una mueca que presiente que si no lo hacemos estaremos en aprietos. Sin embargo, aunque mis dientes sostengan mi labio, una sonrisita indiscreta se me escapa.

—Que se espere —murmura Johann en un jadeo para luego acomodar sus caderas sobre las mías.

Johann Tracy: un chico con diecisiete años igual. Iris azules preciosos, labios rosados y piel blanca. Su cabello despeinado y castaño ya es común, al igual que su mandíbula afilada perfectamente afeitada. Le encanta pasar tiempo con su familia, salir al cine y dormir la siesta. Es caballeroso, gentil y posee muy buenos valores. Es un ángel.

Es el tipo de persona que perseguiría a una chica hasta que le vuelva a hablar. El tipo de persona que en las fiestas no bailaría, sino se la pasaría sentado charlando con alguien. El tipo de persona que le propone a la chica que le gusta ser su novia de la forma más ridícula y cursi existente.

La cama parece mecerse cuando busca mis labios para volver a posar los suyos húmedos. Siento su mano aferrarse a mi cintura para elevarla del colchón. Nuestros labios se mueven con una agilidad que hemos ido perfeccionando a lo largo de los años, su lengua toca los puntos sensibles de la mía convirtiéndolo en un insaciable y adictivo roce.

—Joh —pido por aire. Tomo su pecho y lo saco de encima provocando una leve caricia sobre este—, llegaremos tarde.

Un traqueteo se extiende desde el pasillo hasta su habitación, indicando que su madre está a punto de venir por no contestarle.

—¡En un minuto bajamos! —grita hacia la puerta. Cuando vuelve a mirarme sus ojos azules adaptan una chispa de deseo que me agrada— No creas que hemos terminado tú y yo. Te ves tan preciosa en ese vestido.

Se levanta para acomodar su cabello y borrar el labial que enmarca sus labios. Una risa boba sale de mi garganta.

Una vez libre me incorporo en la cama y observo todo a su alrededor, su escritorio casi vacío con su computadora y unas hojas de la escuela, las paredes negras sin decoración alguna, las repisas con marcos de fotos y las esquinas del lugar solitarias. Termino mi revisión con su reflejo en el espejo.

—Y tú tan guapo en ese traje —halago tras guiñarle un ojo.

A él le sigo yo para alisar los pliegues de mi largo vestido azul cielo, acomodar mis rizos armados y por último mi maquillaje. Una vez nos vemos presentables la manija de su puerta baja, mas esta no se abre.

—¡Johann! —grita Samira enojada— ¡¿Cuántas veces te dije que no cerraras con pestillo?!

Él ríe como si acabara de cometer una travesura y me sonríe con cierta malicia.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora