Capítulo 47 ♡

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Hay una fuerza invisible que nos empuja a hacer cosas que no queremos

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Hay una fuerza invisible que nos empuja a hacer cosas que no queremos. Todos alguna vez hemos pasado por esa situación, ya sea leve o grave. Es inherente a la edad, desde una mueca desdeñosa hasta un comentario apremiante. Así funciona la presión social; tratar de encajar en una sociedad donde nadie tiene una idea original y nada más nos dejamos arrastrar por quienes nos rodea.

¿Está mal? Por supuesto que lo está. Pero luchar contra esa fuerza no es fácil si estás solo o sola.

Somos monstruos que manipulamos a inocentes para satisfacernos con ese quebramiento. Nos sentimos poderosos al ver retorcerse a esa alma pura entre el sufrimiento y la incomodidad, podríamos considerarnos semejantes a los demonios de Lucifer.

Me incluyo porque también lo he hecho, alguna vez me regocijé llevando al mal camino a alguna persona, logrando que saque malas calificaciones o reciba un regaño porque les propuse escaparse del colegio. Lo hacía porque estaba en el ojo de Chloe, debía complacerla para estar a su lado, para pasar la prueba de la amistad.

Yo fui víctima de la presión social también. Eran números que armaba con agilidad como fingir que el alcohol es de mi pleno agrado o presumir que ya tenía novio y no podían calificarme como inexperta.

Pero todo tiene un límite y Chloe lo está pisando con sus bonitos zapatos.

—Te gustará, además sé lo que le pasó a tu madre, ¿no quieres olvidarlo todo por algún tiempo? —argumenta balanceando el objeto entre sus dedos. Su sonrisa tentadora y ojos desafiantes me provocan miedo.

La luz se cuela entre las gradas, mas la docena de chicos y chicas poseen ese aspecto sombrío que elimina cualquier tipo de rayo solar que me ilumine. Cada uno está expectante a mi decisión, alimentándose de mi inseguridad.

—Lacey, no me digas que nunca lo probaste —agrega Peyton con falso interés y sorpresa.

—Si quieres yo te acompaño —propone Rodrigo con ese aire coqueto que detesto de su parte—. Digo, hagámoslo juntos.

Arqueo las cejas apuntando la connotación sexual que le encanta utilizar.

Y otra vez la bola de adolescentes ansía saber mi respuesta. Me lo pienso. Maldita sea, lo estoy considerando.

Chloe clava sus irises verdes en mí mientras avanza y esconde el cigarro de marihuana en mi palma. Sus dedos hacen girar el encendedor como si fuera un gran truco de magia.

—¿Qué dices, cariño? ¿Lo intentarás? —cuestiona mi amiga sin borrar el rastro insidioso que deja al gesticular.

Humedezco mis labios antes de morderlos. Me estoy convirtiendo en una gelatina vulnerable. ¿Por qué caer en un vicio no luce nefasto en mi cabeza?

—¿Fiesta sin mí? —interfiere Maia aproximándose al círculo.

—Mai, creímos que estabas demasiado ocupada con tu galán como para seguir con nuestras reuniones —es lo más cercano a una disculpa que Chlo puede ofrecer—. Adivina qué. Tenemos una nueva invitada.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora