Capítulo 19 ♡

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La independencia es para mí lo que para un ebrio es el alcohol

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La independencia es para mí lo que para un ebrio es el alcohol. Es excitante sentir que no necesitas de nadie, que puedes tú sola ante el peligro. Y a veces todo lo que anhelas es eso; que nadie te diga qué hacer.

Durante los días de mi vida todo el mundo me dice qué vocabulario debo usar, cuándo tengo que tener novio y qué tan alto me corresponde alzar la voz. Por eso, cada que salgo sin compañía el viento que respiro tiene otro aroma, sabiendo que allí no me tengo que controlar porque en realidad nadie me conoce.

Johann quería ir conmigo a encontrar la casa de mi padre, pero creo que no comprendió que el trato es que me ayude a buscar información, no a que lo hagamos juntos. Así que le mentí. Le dije que me había arrepentido y mejor dejábamos todo como estaba.

En el último asiento del autobús no dejo de suponer los escenarios que podrían ocurrir. Me preparo psicológicamente, mas se me hace imposible concentrarme con el miedo que cierra mi garganta. Toco el botón para bajar y veo cómo se despide con una nube de humo gris. Miro hacia ambos lados y respiro una generosa cantidad de oxígeno. Estoy lista. El cartel en la esquina me indica que estoy en la calle correcta: Calle Sunset.

Mis pasos son lentos, llenos de temor, estoy siendo consumida por todos los desenlaces nefastos que merodean por mi cabeza. Pero está bien, todo va a estar bien.

Reconozco el número 523 que Johann me dejó en la dirección y como si hubiera visto una bomba que tiene contados los segundos, regreso hacia atrás hasta pegarme a una pared de ladrillos adjunta. Quizá no estoy tan lista.

Enredo mis rizos con mi índice y me paro frente a la casa nuevamente. Ladrillos rojos están acomodados de una manera en la que luego pueden sobresalir rejas negras que en el final tienen unas puntas amenazantes. En el centro la puerta está hecha con el mismo material, con el buzón incrustado que expresa "Alfaro" el apellido de mi padre. Un jardín sin flores o plantas se divide para un camino hecho de cemento. Y allí, sobre el jardín se hallan dos ventanas con forma de trapecio que delata todo lo que se hace dentro de la casa.

Frente a la ventana izquierda una mujer está sentada con la computadora en su regazo, se masajea las sienes y vuelve a posar con desgano su mirada a la pantalla. No es la mujer colorada que Johann sospechaba, de hecho, no se parecen en nada. Esta tiene el cabello negro, corto, sin llegar a los hombros y sobrepeso, también una piel tan blanca como la de un fantasma.

Agradezco que esa muchacha periodista no sea mi madra... la madre mis medios hermanos, porque si así fuera, por más ilógico e insensato que suene, no quiero compartir la misma pasión por la escritura que ella y seguramente lo terminaría dejando, incluso me asquearía tipiar en la computadora.

Y, si me permiten decirlo, mi mamá es mucho más linda que la mujer que está resguardada allí.

En el otro cristal las cosas son diferentes, dos hombres con aspecto desaliñado están sentados en un sofá mientras juegan algún videojuego. Si mis cálculos no fallan, tienen entre 25 y 32 años. No se parecen en nada en mí, pero se nota el parentesco con mi padre en sus narices.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora