En la soledad, a mitad de mi nombre y mis pensamientos individuales, me pregunto cómo es que el tiempo me va dañando de a poco y yo sólo puedo notarlo cuando se convierte en demasiado.
Estoy sola. Podría hacer lo que quisiera; gritar, sollozar, reír, cantar. Pero estoy aquí, quieta, sin saber qué es lo correcto y qué no, cuestionándome en realidad mi moralidad. Me cuesta distinguir cuándo estoy siendo muy dura y cuándo simplemente soy justa.
Estoy sentada en una parada de autobús, no sé en qué calle quedé tras correr para escapar. Las personas pasan una tras otra, aunque pierdo la noción del tiempo y espacio.
Me abstengo de llamar a Johann porque sí, hablar con él de vez en cuando está bien, incluso llorar en su hombro. Pero si hago de eso una costumbre terminaré igual que Tabita con su dependencia hacia Jack.
No puedo convertirme en lo que tanto repudio y critico de las personas. El simple hecho de estar con alguien así, me trae ese sentimiento de aversión que me guían a tenerle una mala impresión.
Atosigada por el silencio y frío de la mañana, mi corazón admite que la pérdida de mi mamá le está causando un dolor considerable. ¿Cómo es que la admiraba si apenas cruzábamos palabra? Supongo que el amor hacia una madre salta barreras y perdona cosas inimaginables.
Después de todo, ella no fue la mala del cuento. Sí, tuvo sus errores, preferencias y pequeñas ausencias. Sin embargo, ella creía en mí, me apoyaba en silencio y jamás se atrevió a levantarme la voz para llevarme la contra.
Sé que ella me quería, a su modo. Yo también la quise. ¿Cómo es que recién ahora me doy cuenta?
Quejarse era tan sencillo que ver sus cualidades buenas no estaba en mi mente al describirla.
—Buen día, ¿puedo ayudarla en algo? —se dirige a mí una amable muchacha.
Moverme es la mejor opción cuando la soledad me lleva a los lugares más recónditos y lúgubres de mi cabeza. Por eso he decidido hacer una tarea que estuve retrasando desde hace algunos días.
—No, gracias, creo que entiendo cómo va esto —declino su ayuda y paso directo a los cajeros automáticos.
Este es el único banco que está abierto los 7 días de la semana a toda hora, por eso no dudé en elegirlo cuando el jefe de Piece of the word me preguntó en cuál quería recibir mi pago.
Wow, suena irreal recibir dinero por algo que antes hacía como pasatiempo.
Elijo una contraseña sin sentido con los limitados dígitos que se me permiten y me sorprendo por la cantidad de números que se marcan en la pantalla. Creo que eso es todo lo que conseguiría con un año de ahorros con lo que recibía antes.
Mi rostro de satisfacción al ver los billetes ser despedidos por la máquina es incomparable. Mi primer salario. ¿Qué es lo que se supone que debo hacer con él? No estoy segura.
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Sumergida en el arte
Teen FictionLacey Bell huye de Johann como si fuera su asesino personal. Sin importar cuánto lo aparte, él regresa una y otra vez hacia ella por una razón ajena al resto: sus poderes mágicos. Un día decide darle el beneficio de la duda y preguntar qué es lo que...