Capítulo 5 ♡

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Hay un instante, un pequeño momento en el que tu día se ve aplacado por malas energías

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Hay un instante, un pequeño momento en el que tu día se ve aplacado por malas energías. Siempre en mi vida tuve bien en claro quién traía esas vibras negativas que se adueñaban de mi cuerpo y entristecían mi existencia.

Mi hermana mayor es la más consentida por mis padres; jamás ha tenido que mover un solo dedo para hacer algo. Si tenía alguna tarea cuando iba al colegio, ellos se encargaban de hacerla. Si la pobrecita niña de 20 sentía hambre, uno de los dos venía para cocinarle. Si ella quería salir y no tenía dinero, ambos se preocupaban por llenarle la billetera o regalarle tarjetas de crédito.

Siendo ella la luz de sus ojos, yo he quedado en la sombra.

Desde pequeña tuve que aprender a la fuerza, sin nadie que esté a mi lado para enseñarme o guiarme. Si sentía hambre, debía cocinarme. Si mi antigua ropa estaba dañada, debía coserla yo misma. Si quería algún juguete o simplemente un helado, debía ahorrar durante meses para poder pagármelo. Si yo no hacía las cosas, nadie las hacía por mí. Siempre ha sido así.

La independencia se ha hecho un espacio debajo de mi piel desde que tengo memoria. Mi madre solía decirme "No sabes hacer algo, entonces aprende" de la forma más dura e imponente posible. Esa frase es semejante a arrojarme a un abismo sin cuerda para volver a subir o botiquín por si caigo y salgo herida.

Y mi padre... Siquiera cruzar palabras con él es un hecho sorprendente. No le interesa mi vida, lo sé. Y entiendo ese sentimiento de "mientras menos sepas de una persona, menos te lastima", pero eso no lo convierte en menos doloroso.

Sé bien por qué aquella preferencia entre ambas. Ellos se separaron poco tiempo después de mi nacimiento; cada que miran a mi hermana recuerdan viejos momentos llenos de nostalgia, romanticismo y alegría. En cambio, al verme a mí sienten rechazo, no quieren un constante recuerdo de discusiones, gritos y la decisiva separación. Yo traje los problemas, por eso nunca les he importado lo suficiente para que se comporten como padres.

Mi alegría porque hoy es el día del campamento rebosa los límites de la normalidad. Aunque en mi habitación se oye el sonido de los asquerosos besos que se dan Tabita y Rafael (mi hermana y su novio) los acallo con un poco de música y me muevo a su son mientras acomodo lo que llevaré en la pequeña maleta.

Nuestra habitación es pequeña y no tiene nada de especial. Es diminuta a comparación con la de Maia. Las paredes tienen el tono gris que dejó el cemento cuando se construyó, una cama doble se halla opuesta a la puerta y un armario compartido de madera a un costado. También hay un espejo viejo en la esquina y una silla que utilizamos para apoyar cosas como alhajeros, maquillaje, ropa o lo que sea, yo la llama la silla misteriosa porque nunca sabes lo que te puedes encontrar allí.

Eventualmente mi padre llega y cumple con la visita semanal. Lo que comienza con lo habitual del "¿cómo están?" que va más dirigido a Tabita que a mí, de repente se torna en un terreno que odio pisar, no porque sea peligroso, sino porque desde su punto de vista la única que errará en los pasos seré yo, incluso si él se hunde antes.

Sumergida en el arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora