CAP. 42

50 6 0
                                    

MALOS TRAGOS.

— ¿Que? —Dice la chica con la que segundos antes Toni se estaba liando. Se da la vuelta y un por fin puedo volver a respirar porque no es Miranda.

— Nada. Pensé que eras otra persona... —Empiezo caminar hacia el aparcamiento.

— Espera — Me grita Toni. La verdad es que no tengo ganas de oír nada de lo que tenga que decirme de lo mala persona que soy así que decido seguir caminando. —Te he dicho que me esperes, cabrón.

Ahora se encuentra a mi lado derecho. No parece tener ganas de pelear conmigo asique dejo que diga lo que tenga que decir.

— Oye, no podemos llevarnos así de mal.

— Sí, sé que podemos.

— Tío... —Empieza a hablar mientras abro la puerta de mi coche.— Tenemos que hacerlo por nuestro padre. ¿Te crees que no me estoy muriendo por pegarte un puño ahora mismo? —Eso me hace reír.— Pero no lo haré, porque quiero que esta rivalidad generada por tu puto ego acabe de una puta vez.

Tiene razón, ya somos mayorcitos como para pelear por algo de lo que ni él ni yo tenemos la culpa. Eso sí, no me disculparé con su madre ni de lejos porque sigo creyendo que por su puta culpa mi madre se fue.

— Hecho.... —Nos estrechamos la mano.— Pero tampoco te hagas ilusiones porque ni de coña llegarás a ser mi amigo.

— Por un segundo... solamente por uno, pensé que estabas cambiando. —Sonríe de lado.— Pero esto también se puede considerar un avance.

Se marcha y yo arranco el motor. No puedo evitar pensar en Miranda. ¿Qué estará haciendo ahora? Me habría gustado verla apoyándome en las gradas... pero eso nunca podrá ser, es lo mejor para los dos.

Al llegar a casa, veo que varios coches de diferentes agentes de mi padre están aparcados en frente de mi casa. Vaya puta mierda. Ahora tendré que aguantar a mi padre diciendo que soy el mayor de sus orgullos porque seré quien lleve su mierda de droga a otra nivel. Si soy sincero, ya no me interesa tanto. Antes me entusiasmaba pensar que algún día podría ser tan grande como Jack Monteblanco pero ahora... no.

Entro y lo primero que veo es que hay catering. El hambre me puede así que me pongo lasagna y otras cosas que no son nada buenas para mi cuerpo.

— ¡Hijo! —Mierda. Ya está aquí.

— ¿Que coño haces con ese uniforme? ¿Has vuelto al Rugby? Por dios, eso es de niñatos, tendrías que estar más metido en el negocio familiar, que al fin y al cabo, eso es lo que tendrás después de todo. —Dice mi padre y lo noto un poco ebrio, solo un poquito.

— Es verdad, tienes que aprender cosas de tu padre, y no solo hablo de cosas laborales... —Dice la golfa de su novia. Nunca me ha caído bien. Puta zorra.

Decido no prestarles atención y me encierro en mi habitación después de saludar a los presentes. Me ducho y me pongo el pijama. La verdad es que no me apetece nada ir a ninguna fiesta ahora mismo, estoy demasiado cansado. Miro mi repisa y veo los libros que una vez mi madre me regaló. Desde que se fue no he vuelto a leer ninguno de ellos.

Decido empezar a leer el último que me regaló. Todos los que me regalaba eran del género romántico. Sí señores, Will leyendo novelas románticas. Mi madre me enseñó a ver la belleza de la literatura. Desde una temprana edad me enseñó a leer y siempre leíamos juntos en el porche. Fue en Manhattan y su padre fue el que la enamoró de la literatura. Su padre, es decir, mi abuelo, era escritor. Sigue siendo muy conocido y al pensar en él, lo empiezo a echar de menos. Era muy profundo y siempre me traía chuches a escondidas de mi madre. Era el típico abuelo al que consideras un amigo.

....

Me despierta el sonido de mi teléfono. Parece que me he quedado dormido leyendo. Estrecho mi mano y por un momento, pienso que sigo soñando porque en la pantalla aparece el nombre de Miranda.

— ¿Miranda? —Pregunto confundido.

— ¡Hola Will! ¡¿Qué tal estás?! —Esto es muy raro...

— Miranda, son las tres y media de la madrugada... ¿Que te pasa?

— ¿A mí? ¡Nada! ¡Estoy de puta madre! —Oigo el sonido de la música mientras habla. Mierda, ha ido a la fiesta.

— Miranda... ¿Has bebido?

— No...

— No me mientas, Miranda.

— A los mentirosos se les puede mentir. Cómo cuando dijiste que me querías. —Una punzada me atraviesa y decido ir a por ella. No puede estar en esas condiciones en un lugar donde alguien podría aprovecharse de eso.

— Miranda, no te muevas. Voy a por ti ahora mismo. ¿Dónde estás?

— ¿Por qué te lo tengo que decir? Tu nunca me cuentas nada.

— Miranda, esto es serio, podrías estar en peligro. Dime dónde estás.

— Te lo diré, pero solo si me prometes bailar conmigo antes de llevarme a casa.

— Claro, claro... Tú sólo dime dónde estás.

— En la fiesta que han organizado los de Rugby... Estaba viéndote ¿Sabes? Se me había olvidado que practicabas ese deporte. Te veías tan sexy... —Vale, está más borracha de lo que creía.

— Voy a por ti, no te muevas.

— Miranda, vayámonos a la habitación. —Dice alguien detrás suyo pero no logro identificar la voz.

— Ya voy, Mitzi. Guárdame algún chupito, anda. —Logro oír antes de que me cuelgue.

Cuelgo inmediatamente y salgo corriendo en dirección al garaje. Me monto en el coche y salgo disparado a buscarla. No puedo dejar de pensar en lo que le tendrá preparado Mitzi... Esa chica es un puto diablo, como se atreva a ponerle la mano encima... La reventaré.  

DESPREVENIDA *COMPLETA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora