Capítulo 17

67 6 0
                                    

Por la mañana, Hell se despertó cansada por la mala noche que había pasado acerca de sus pesadillas. Se incorporó un poco, se frotó los ojos y al mirar hacia la cama de su compañero, vio que Alec se había quedado dormido malamente en su cama. La postura en la que estaba no parecía cómoda, como si se hubiera caído de espaldas del agotamiento.
Hell se levantó y miró como Alec dormía tan profundamente que no quiso despertarle, así que fue a la cocina e intentó hacer unas tortitas para desayunar.

El olor a quemado despertó a Alec. Le dolía la espalda, pero aún así se levantó como si no pasara nada y fue hacia la cocina.

–¿Qué intentas cocinar?– Le preguntó y ella se rió.

–Eh... creo que pretenden ser unas tortitas.

–¿Tortitas?

–¿Crees que son comestibles?

–Para nada.– Se rieron.– ¿Por qué no me has despertado para hacer el desayuno?

–No quiero depender de ti siempre. Además, parecías cansado. ¿A qué hora te dormiste anoche?

–No lo sé.

–Pué tenemos un reloj bien grande.– Dijo Hell señalando al reloj de la pared.

–¿Y tu? ¿Te sientes mejor?

–Si, algo mejor.

Alec no quiso indagar más en aquel tema, el hecho de estar a punto de ahogarse podía ser una carga pesada para Hell a partir de ahora. Terminaron de desayunar y después se prepararon para salir corriendo. Cuando las puertas se abrieron, ambos salieron corriendo y no dejaron de correr hasta llegar a la siguiente sala.

No era muy grande, había una mesita redonda en el centro, una alfombra algo fea y desgastada, una estantería llena de libros, una mesita junto a la estantería con una lámpara y una silla a su lado, un sofá con un par de cojines, algunos cuadros de algún mago antiguo y un armario que parecía digno de un espectáculo de magia cerrado completamente con un montón de cadenas y candados.

–Aquí hay seis candados.– Dijo Alec acercándose al armario.– Cuatro con llaves, uno con clave y el último es un candado de direcciones.

–¿Algunas de las llaves que tenemos sirve?

–No. Las llaves que tenemos son demasiado grandes.

–Vale, yo buscaré la clave para el candado con contraseña y tu busca las llaves.

–Vale.

Hell suponía que la clave podía estar en los libros, solo que no todos los libros eran de verdad, así que su trabajo era buscar los libros de verdad, averiguar como tenían marcado el código y adivinarlo.

Mientras tanto, Alec revolvió toda la sala buscando las llaves. Abrió un cajón en la mesita de centro y encontró una llave con la que pudo quitar uno de los candados. No quería incordiar a Hell por lo concentrada que parecía, había encontrado el libro y se había acercado al candado para quitarlo, así que él revolvió los cojines del sofá. Al levantar los cojines, vio que uno de ellos tenía una llave dentro de él, así que sacó la funda y después cogió la llave que efectivamente abría otro candado.

–¿Como vas?– Dijo Alec cuando quitó la segunda cadena.

–No me presiones.– Dijo sin levantar la vista del libro y del candado.– Es más difícil de lo que esperaba.

–Puedes hacerlo.

–Arg, me falta luz. ¿Podrías acercar la lámpara?

Alec cogió la lámpara de la mesilla y la movió hacia donde Hell estaba arrodillada con los libros y los candados, pero al levantarla, Alec vio que había otra llave. Dejó la lámpara junto a Hell y probó a abrir otro candado, funcionó. Ambos sonrieron y después Alec siguió buscando. Puso toda la sala patas arriba pero era incapaz de encontrar la última llave.

–Lo tengo.– Dijo Hell cuando consiguió quitar el candado cifrado.

–Genial. ¿Buscamos una llave juntos?

–¿Donde has mirado?

–¡En todas partes! No hay ninguna llave más.

–Si hay un candado tiene que haber una llave. Recuerda que aquí nada es un error.

Alec suspiró y se dejó caer sobre la silla de madera que había junto al armario, pero al sentarse, se fijó en que la silla cojeaba. Se levantó extrañado, cogió la silla y la agitó como un sonajero. Hell le miró como como si estuviera loco, y más todavía cuando él le dijo que se agachara. Aún así Hell se agachó y Alec lanzó la silla contra la pared haciéndola mil pedazos.

–¡Dios mío! ¿Por qué has hecho eso?– Exclamó Hell levantándose.

–Para encontrar la llave que falta.– Dijo buscando entre las astillas, cogió la llave del suelo y se la enseñó a Hell.– Boom.

–Vale, genio. Ahora solo nos falta un candado de direcciones.– Dijo Hell mientras Alec abría el candado.

–Lo sé, pero lo que necesitamos ahora no está en ningún objeto.

–¿Y que estamos buscando exactamente?

–Ni idea.

–Si es un candado de direcciones, ¿no crees que habrá que buscar direcciones?

–¿Tu crees?– Dijo haciéndose el sorprendido.

–Y sé exactamente donde están.– Dijo Hell y se subió al sofá para darle la vuelta a uno de los cuadros. Efectivamente, detrás del cuadro había un dibujo de una brújula roja, y la punta que señalaba hacia el oeste de color verde.– Ahí lo tienes.

Alec fue hasta el otro cuadro y al darle la vuelta, vio que había un dibujo exactamente igual, solo que esta vez, la punta que señalaba al norte era verde.

Hell recordó como consiguieron el código en la segunda sala así que levantó la alfombra, y vio otro dibujo, con la punta del norte de nuevo verde.

–He probado todas las combinaciones posibles con las tres flechas y es imposible. Esto no se abre.– Dijo Alec al cabo de un buen rato intentando abrir el candado.

–Puede que nos falte algo.– Dijo Hell apoyándose en la mesita redonda que había en el centro de la sala.

–Llevamos toda la mañana aquí dentro. ¡Se nos acaba el tiempo!

Hell se cruzó de brazos. Habían buscado por todas partes, destrozado la sala entera prácticamente. Hell no se podía quitar de la cabeza que les faltaba algo por revisar cuando de repente, una especie de voz interior le susurró que se fijará en la mesa en la que estaba apoyada. Se dio media vuelta y vio que en la mesa había otro dibujo de una brújula apuntando con una flecha verde al este.

Cuando se dio cuenta, corrió hasta Alec, le quitó el candado de las manos y probó con la nueva combinación. Efectivamente, el candado se abrió y por fin pudieron abrir el armario.

–¿Como has...?

–Te lo explico luego. Abramos el armario de una vez.

Ambos se pusieron de pie y abrieron el armario juntos. Dentro no había más que dos agujas de reloj del tamaño de un brazo.

–¿Toda la mañana por unas malditas agujas?– Se quejó Alec.

–Para algo servirán.– Dijo Hell cogiéndolas y entonces la pared del armario se abrió dando paso a la siguiente sala.– ¿Lo ves? Te lo dije.

EscapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora