Capítulo 52

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Las instalaciones ya estaban casi vacías. Había comenzado a sonar una alarma hace un rato, pero como nunca se precisó de demasiada seguridad, los pasillos parecían abandonados, y los pocos guardias que Hell encontró ya estaban muertos o inconscientes.

Llegó al pasillo donde estaba su habitación y la de Alec. Él no estaba, así que con suerte, habría vuelto al campamento. Se acercó a aquellas puertas una última vez, nunca pensó... que estaban tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Ahora ella estaba allí y Alec estaba a salvo, y eso era lo que más quería, que todas las personas que le importaban estuvieran a salvo para el juicio final.

Salió de aquel pasillo y fue hasta el pasillo principal, que era mucho más ancho que los demás. Había pasado por allí infinidad de veces y nunca se había fijado, que en una de las blancas paredes había algo que no encajaba, y es que la gente pasaba tan rápido por allí que no se deban cuenta de que allí había una puerta secreta.

Hell empujó la pared hacia adentro y lo descubrió. Dentro había un despacho decorado con muebles marrones y paredes pintadas de un amarillo que casi parecía oro. La pared que había delante de Hell eran todo pantallas de seguridad por las cuales se podía ver todo Élite. Entre ella y esas pantallas solo había un escritorio y una silla mirando hacia las pantallas. Hell agarró con fuerza la ballesta a medida que se acercaba pero dejó de caminar cuando Arthur Winston se dio la vuelta.

–Estoy impresionado, Hell.– Dijo sin levantarse.– Te los has llevado a todos.

–Ganar una batalla no condiciona la guerra.

–La guerra... Nadie ha hablado nunca de guerra.

–¿Y por qué hay más muertos que en una batalla campal?– Winston arqueó las cejas.– Lo sé todo. Durante años ha estado matando gente y jugando con el ADN de las personas, ¿con que fin? ¿Ganar algo más de dinero? ¿Todo se reduce a eso? ¿A ganar dinero?

–Es mucho más que eso.– De levantó y se colocó delante de su escritorio.

–Nosotros no seremos parte de ello nunca más, no seremos parte de su máquina.

–Tu nunca fuiste parte de la máquina, Hell. Tu eras la máquina entera.– Hell levantó la cabeza desafiante.– La humanidad necesita algo con lo que entretenerse y yo se lo doy. No les importa que muráis ¿sabes por que? ¡Porque no es su problema! Hablarían de vuestra muerte durante una semana como mucho, pero nunca mostramos eso. No, nosotros mostramos el dolor en vuestros rostros, la euforia al ganar y la adrenalina al sobrevivir.

–Si la gente supiera la verdad no volverían a ver Escape.

–Error. Escape siempre esta en boca de alguien para bien o para mal, y cuanta más gente lo sintonice, mejor será para mi.

–Nosotros no le importamos. Nunca lo hicimos, y nuestras madres tampoco.

–La mayoría de las madres de los participantes son mujeres sin empleo que deciden tener un bebé a cambio de unas buenas condiciones de vida.

–Usted las engaña.

–Ellas quieren ser engañadas. Nadie lo hace en contra de su voluntad.

Hell bajó la cabeza intentando no pensar en qué su madre la había vendido como si fuera un coche de segunda mano.

–No te sientas culpable. No fue el caso de tu madre. Recuerdo que ella no te quería, y buscó una vía rápida y económica de deshacerse de ti.

Hell levantó su ballesta. Se fue acercando lentamente hasta Winston, y cuando estuvo a menos de un metro de él, se puso recto y Hell quitó la flecha de su arma.

–Esta flecha... esta flecha está bañada con el veneno de escorpión más potente del mundo, un solo roce con ella y en cuestión de minutos estaría muerto. Pero no le voy a disparar. ¿Sabe por qué? Porque prefiero ver como se arruina y acaba en la miseria cuando Escape desaparezca a verle morir. Aún así recuerde que esta flecha, siempre llevará su nombre.– Dijo Hell con toda la rabia que llevaba diez años acumulando y dándole la flecha.

Hell se dio media vuelta para marcharse mientras Winston dejaba la flecha con cuidado en su mesa. Por un momento había pensado que Hell le mataría, pero estaba bastante sorprendido al ver que no había sido así. Hell sintió una diana en la nuca cuando escuchó el ruido de la flecha posarse sobre la mesa de madera, así que se giró desenfundando su pistola y apuntando a Winston, que a su vez la apuntaba a ella.

–La verdad, Hell, me ha sorprendido bastante que tu plan funcionado. Ya no queda nadie, solo tu y yo. Aunque me has decepcionado al no dispararme.– Hell se puso tensa.– Muchos otros lo habrían hecho sin pensarlo. Alec, Taylor, Evan, Nathan... Incluso gente de fuera que nada tiene que ver con los asuntos de Élite.

–Es posible. Pero admita que se lo tiene bien merecido.

–¿Morir por querer entretener al mundo? Me parece un poco excesivo.– Se rio.– Aunque esto reafirma mi teoría: ninguno tenéis el valor suficiente como para matarme. Ni siquiera aquel chico, ¿como se llamaba? August, o algo así, ¿no? Ni siquiera consiguió su objetivo.

–Pero años más tarde aquí estamos.

–Si, Hell. Aquí estamos, apuntándonos el uno al otro. ¿No te cansas de todo esto? ¿No te gustaría descansar... para siempre? Solo tienes que pedirlo.

–Me han entrenado bien.

–Siempre supe que eras peligrosa, muy peligrosa, pero nunca pensé que serias tan estúpida de venir aquí a morir sola.

Sola. Hacía demasiado tiempo que Hell no se quedaba sola, y ese nunca había sido así como se hubiera imaginado su final.

Las armas de fuego nunca fueron su fuerte, por eso cuando quiso siquiera quitarle el seguro a su arma, ya era demasiado tarde para ella.

EscapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora