Capítulo 35

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Owen caminaba delante de las chicas. Jane se encargaba de mantener a Hell caminando derecha cada vez que miraba hacia atrás por is Alec había terminado y volvía con ellos, pero no hubo suerte.

El coche de los Donovan estaba dentro del parking privado del estadio. Hell nunca había subido a un coche como ese. Sabía que la gente con dinero podía permitirse un coche volador, las ruedas se daban la vuelta y se convertían en propulsores que levantaban el coche. Desgraciadamente, eran de los más caros, casi todo el mundo tenía coches eléctricos, como las furgonetas que les llevaron a la zona de juegos de Escape, aunque eso empezaba a quedarse anticuado.

El chófer arrancó y el coche salió volando de allí. Hell se asustó al ver que iban casi a la altura de un décimo primer piso.

–No te preocupes.– Le dijo Owen.– Estos coches son más seguros de lo que parecen.

Hell esperaba llegar pronto porque el coche volador empezaba a darle nauseas y no era un buen comienzo vomitar en el coche de tus compradores.

El coche aparcó en el ático de un edificio bastante alto, como si fuera un helicóptero. Owen y Jane la llevaron hasta la vivienda y al abrir las puertas, Hell vio todo el lujo dentro de una habitación: era un loft con los techos altos, escaleras de madera y los suelos de mármol. Había diferentes alfombras de diferentes tipos de piel, una televisión enorme y unos sofás de cuero increíbles. Al fondo había un comedor enorme con una mesa redonda.

–Bienvenida a tu nuevo hogar, Hell.

–¿Nuevo hogar?

–Veras, mi hija insistió en que si ganaba, lo mínimo que podíamos hacer era darte el hogar que nunca pudiste tener.

–¿Qué hubiera pasado si no lo hubierais hecho?

–No necesitas saberlo.– Intervino Jane.– Ahora estás aquí, y estás a salvo.

–Ya... Gracias.

–Jane, enséñale su cuarto. Yo estaré en mi despacho.– Dijo subiendo por las escaleras.

Jane y Hell también subieron por las escaleras pero ellas fueron en dirección contraria. Jane abrió una puerta y dejó pasar a Hell a una habitación con las paredes pintadas de blanco, una cama enorme con una manta morada sobre ella y varios cojines. Un escritorio, estanterías llenas de libros y una ventana que ocupaba casi toda la pared.

Hell se acercó a la ventana, desde allí podía ver casi toda la ciudad y un bosque que se extendía a su derecha.

–Mi padre pidió que trajeran todas tus cosas mientras estabais en la torre.

–¿Mis cosas?– La miró.– No tengo tantas cosas como para llenar esta habitación.

–Me tomé la libertad de decorarla un poquito. También te he comprado ropa.– Dijo Jane abriendo un armario lleno de ropa y zapatos.

Hell observó su nuevo cuarto. Todo iba tan deprisa que por un momento desearía volver a aquel día donde estaba en la cafetería de Élite, sentada con sus amigos. Miró su pulsera, ahora desactivada y pensó en que ellos seguían allí, y que seguirían un año más como mínimo.

–¿Qué te pasa?– Le preguntó Jane al verla.

–Hecho de menos a mis amigos.

–Seguro que volvéis a veros. A lo mejor el año que viene escogen a tus amigos y consiguen salir.

–No quiero que jueguen.

–¿Por qué no?

–Porque han pasado cosas raras en esas torres, Jane. Cosas a las que no encuentro explicación.

–¿Cosas raras? Yo más bien diría heroicas.– Hell arqueó las cejas.– Oh, vamos. Entre los dos pusisteis cachonda a toda la ciudad ESA noche.

–No voy a hablar de esa noche.

–No hace falta que hables. Lo vi, lo vi todo. Y también he visto la entrevista de esta tarde.– Hell se cruzó de brazos y Jane decidió cambiar de tema.– Voy... voy a dejarte que te instales y cuando la cena esté lista te avisaré.

–Vale.

Jane salió del cuarto a tiempo cuando se dio cuenta de que aquella conversación no podría llegar a buen puerto. Hell se miró en un espejo de cuerpo entero y pensó que tenía que deshacerse de esa ropa cuanto antes. Se quitó los tacones de un par de golpes y se quitó el vestido. Tenía el cuerpo lleno de cicatrices que no enseñaría nunca y estaba más delgada, mucho más delgada. Se soltó las horquillas que le sujetaban el pelo y se dio una ducha. Había sido un día largo y una noche interminable. Se moría de hambre, no habían comido en condiciones en por lo menos una semana, y mucho menos se habían aseado. Daba asco. Ni siquiera se molestó en secarse el pelo cuando se puso el pijama. Un poco de ropa cómoda para variar, eso estaba bien.

La cena estaba increíble, habían hecho más comida de la que esperaba pero según Owen, había perdido mucho peso.

–A partir de ahora... la gente te va a conocer por la calle durante un tiempo. Te llamarán para hacer entrevistas y serás el centro de atención durante un tiempo.– Dijo Owen.

–¿Hay alguna forma de evitarlo?

–No. Has sido la mejor en mucho tiempo, Hell. La gente no olvida a los mejores.

–¿Y Alec?

–¿Qué le pasa?

–Pues que me gustaría saber donde está, como está, si voy a verle pronto o...

–No lo sé.– Dijo Owen, pero Hell sabía que mentía.

–En ese caso...– Hell se levantó.– Buenas noches.– Dijo antes de volver a su cuarto para dormir un poco.

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