Capítulo 30

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El escorpión siguió a Alec y a Hell durante un rato como si fuera un perro de confianza, y cuando Alec ya estaba harto de ser perseguido por un animal mortal que no abultaba más que su pie, le pegó una patada lanzándole hacia atrás. Hell pensó que volvería e intentaría atacarles, pero al ver que el bicho se quedaba patas arriba sin moverse, se quitaron un peso de encima.

Hell guardó el botecito con el veneno de escorpión en el bolsillo de su chaqueta, no quería arriesgarse a dejarlo en la bolsa, que se rompiera y que luego todo lo de dentro estuviera envenenado. Prefería llevarlo encima y saber siempre donde estaba.

Cuando abrieron la siguente puerta, ambos se sorprendieron: no había nada. Todo estaba iluminado con luz negra, las paredes estaban pintadas con gente vestida con ropa fosforita y pinturas por la cara y el cuerpo que brillaban en la oscuridad como si fuera una fiesta y de fondo sonaba música. Música con un tono que a ambos les hacía sentir muy relajados, sin ninguna prisa por salir. Pero no había nada.

–¿Qué es esto?

–Parece una fiesta.– Dijo Hell mirando a Alec, pero al mirarle, vio que tenía media cara pintada como si fuera un león con pintura que brillaba en la oscuridad.

Cuando Alec miró a Hell, se dio cuenta de que ella también tenía la cara pintada, pero ella tenía una especie de flores que le subían por el cuello hasta las mejillas, los ojos y la frente.

–Estas...

–Si. Tu también. Pareces un león.

–Y tu una ninfa.

–¿Pero cuando nos han hecho esto?

–Entraron en nuestro cuarto una vez. ¿Quien te dice que no lo han vuelto a hacer?

–Tendrán valor.

–Pero no entiendo las pinturas. ¿Por qué nos han hecho esto y no... eso?– Dijo señalando a uno de los chicos de las paredes.

–A lo mejor... esto refleja como nos vemos el uno al otro.

–¿Me ves como un león?

–¿Y tu a mi como una ninfa?– Hell sonrió.

Alec se dio cuenta de lo guapa que veía a Hell en aquella situación incluso con las pinturas. Dejó la bolsa a un lado y después alargó una mano para que Hell bailará un poco con él. Ella le cogió la mano y se acercó con una sonrisa.

–Deberíamos estar buscando la forma de salir.– Dijo Hell poniendo las manos en el pecho y en los hombros de Alec.

–Relájate, Hell. Déjate llevar un poco. Tenemos tiempo.

La canción sonaba con unos ritmos hipnotizantes que sacaron a ambos de toda preocupación por un rato y por un momento se olvidaron de donde estaba, de su situación y de que debían irse.

–Prométeme que cuando todo acabe, nos iremos lejos. Juntos, a donde nadie nos conozca.

–Te lo prometo.

Alec había cerrado los ojos y se dejaba llevar por completo. Incluso bailaba sin recordar exactamente quién era con quien bailaba. Sólo sabía que estaba tan a gusto que no quería irse nunca.

Hell estaba a punto de caer en el mismo trance, la mirada se le perdía y a pesar de que intentaba recordar muchas cosas, era incapaz. Alec le pasó la mano por el pelo y se acercó para besarla, pero cuando estaba a dos centímetros de rozar los labios de Hell, ella se echó hacia atrás intentando romper la hipnosis.

–Para.– Le dijo Hell sin soltarle.

–¿Por qué?

–Alec esto no está bien. Nos han hecho algo.

–¿Y? Podríamos quedarnos. Para siempre.

–No, Alec. ¡Despierta!– Se separó y se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados.– ¿Por qué no abres los ojos?

–Los tengo abiertos.

–¡Eso no es verdad!– Hell se acercó a él y le puso las manos en las mejillas.– Alec, ábrelos.

Alec respiró hondo un par de veces y después consiguió abrir los ojos. De repente, todo lo que Alec estaba viendo se rompió y solo vio a Hell agarrándole de las mejillas, aunque no recordaba casi nada.

–Eh...

–Hell.– Le recordó ella.– ¿Recuerdas? Me llamo Hell.

–Si, si. Hell. L-lo siento, no sé que me ha pasado.

–Te lo explico luego. Ahora tenemos que encontrar la forma de salir o nos quedarnos atrapados.

–Vale...– Alec se frotó la cabeza.– ¿Podrías pensar en alto? Mi cabeza no funciona bien ahora mismo.

–Vale, eh... no hay nada más que las paredes. Así que la llave tendrá que estar en ellas.

–Vale.

Alec recogió la bolsa con las cosas del suelo y después se pusieron a pasar las manos por la pared para encontrar la llave.

Estuvieron buscando durante un buen rato hasta que Hell encontró una llave en relieve que parecía el colgante de una chica. Intentó quitarla y cuando lo consiguió, corrió a abrir la puerta. Cuando lo consiguió volvió y vio a Alec en el centro de la sala con la mirada perdida.

–Alec.– Le llamó y él la miró.– ¿Nos vamos?

–Si... Si, vámonos por favor.

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