Capítulo 5
Ana se daba vueltas una y otra vez en la cama, con la oscuridad de su habitación rodeándola y solo el murmullo del tráfico por compañero. No podía dormir. Pero eso no era una novedad, hace mucho que no era capaz de dormir tranquilamente, una noche completa, sin sueños ni pesadilla, sin imágenes rondando su mente. Pero esta vez, su insomnio nada tenía que ver con la pesadilla que vivía su mente hace ya tanto tiempo. No. Esta vez su falta de sueño se debía a esos ojos verdes que la miraron con tanta intensidad que le hicieron temblar las piernas.
La primera vez que vio a Dave pensó que su reacción había sido tonta, exagerada, pero esa misma tarde, su reacción ante su presencia fue tan patética como esa primera vez. Incluso más.
Estaba segura que quien había llegado era su abuelo —el portero no había avisado que alguien quería subir a su departamento— pero no, era el hombre que no salía de su mente. Odiaba admitir que desde que Sibel hizo esa llamada a la florería había estado nerviosa, esperando que no fuese Dave —o tal vez sí— el que entregará las flores. Realmente no sabía qué quería.
Dio un largo suspiro y se giró para encender la luz de su mesa de noche. Miró la hora en su despertador, las cuatro y veinte de la madrugada. Ana se levantó porque era inútil que siguiera en la cama, no lograría dormir. Se paseó por su departamento hasta llegar a la sala, se paró frente a los grandes ventanales y se quedó viendo hacia abajo, el tránsito en las calles era bastante tomando en cuenta la hora, aunque el que fuese fin de semana ayudaba a la afluencia.
Cerró los ojos y suspiró. Su vida no era lo que ella habría esperado. Recordaba todos los planes que había hecho a lo largo de su carrera, soñaba con entrar a trabajar en la empresa de su abuelo, ser la mano derecha de su padre cuando asumiera la presidencia, viajar por el mundo buscando nuevas oportunidades para expandir los negocios, seguir su noviazgo con Matthew, entrar a la iglesia del brazo de su padre y decir sus votos ante Dios. Se rio de sí misma, a eso solo le faltaba el “y fueron felices para siempre”.
¡Qué planes tan tontos! ¡Qué niña tan soñadora era en ese tiempo! Creía que todo era posible, pero, el descuido de unos minutos echaron por tierra todos sus sueños; todos sus planes de princesa consentida se fueron con sus padres. Se fueron en el mismo momento en el que ese vehículo impactó al suyo.
Mató a sus padres —porque sí, ella los mató— y alejó a su novio. Matthew. ¿Qué sería de él? La última vez que lo vio fue cuando se despidió de ella antes de viajar a Inglaterra, aún recordaba la mirada de esperanza en sus ojos, esperando que ella lo detuviera. Dios sabe cuántas ganas tenía de hacerlo, pero no podía, él merecía algo mejor, no una chica que había destruido a su propia familia. Ya habían pasado más de dos años desde eso. Sibel muchas veces cuestionó su actitud, diciendo que era una tonta al dejar ir al chico que más la adoraba en el mundo y tal vez tenía razón, pero no se arrepentía, estaba segura que había hecho lo correcto, en ese instante ella no estaba bien. Desde entonces no se había fijado en nadie, no es que todavía quisiera a Matt, hace mucho que había dejado de sentir amor por él, era solo que quería estar sola, su idea de no merecer que alguien la quisiera era tan fuerte que se había alejado de todo el mundo, la única persona que se negó a dejarla fue Sibel. Esa terca se comió cada mala palabra y mala actitud que le lanzó a la cara, hasta que —medianamente— la hizo salir de su mierda.
Su vida no fue la misma. Entró a trabajar a la empresa de su abuelo, pero no al puesto que quería, ni haciendo lo que tanto deseó. Pero en el trabajo había encontrado una distracción, una vía de escape. Tener la mente concentrada en números y cuentas le había salvado de muchos momentos en los que había tenido ganas de lanzarse al vacío para mitigar el dolor de su alma. Y no, no es que hubiese pensado en el suicidio, esa era una vía muy fácil. Ella se merecía sufrir.
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Flores Para Anna
ChickLitSu culpa, aunque muchos le decían que no era así que había sido un accidente, Ana sabía que era su culpa. Si esa noche ella no hubiese insistido en salir, ellos estarían vivos. Su culpa, aunque muchos le decían que no era así, que lo que había pasa...