Capítulo 7
Apagó su teléfono ya harta de las insistentes llamadas de todos. No necesitaba compañía, más bien, no la quería. No quería las miradas cargadas de lástima, ni las tontas palabras de consuelo que pretendían hacerla sentir mejor. Ella merecía sufrir, merecía toda la carga de culpa en sus hombros.
Además, estaba segura que —su abuela— le reclamarían por no ir a la misa en memoria de sus padres. Como si las simples plegarias de un sacerdote hicieran retroceder el tiempo y que ella nunca hubiese insistido en salir a probar el estúpido auto nuevo.
No. Toda esa palabrería alabando el gran hombre que fue Lucas Dawson y la buena mujer que fue Brenda Dawson era la última cosa que quería oír. Ella lo sabía, sabía que sus padres fueron las mejores personas en el mundo, no necesitaba que un hombre de Dios lo dijera simplemente porque se le estaba pagando para hacerlo.
Tomó las llaves de su auto y salió de su apartamento, lo más probable era que más de algún miembro de su familia ya viniese en camino a su casa y no quería estar ahí para cuando llegaran.
—¿Crees que esté bien? —cuando salió de su casa se encontró con sus vecinos. Nathan y Eliot salían del ascensor. Sibel siempre se quejaba de cuan injusta era la vida que había hecho a esos dos hombres, que estaban para lamerlos, preferir lamerse entre sí. Y ella estaba de acuerdo. Conocía a Nathan desde hace mucho tiempo, las empresas de ambas familias desde hacía varios años tenían negocios juntos, además habían estado en la misma escuela. Para ella no fue ninguna novedad que tuviese un novio, él jamás había ocultado sus preferencias sexuales, pero sí le había sorprendido que estuviese con un chico así. Eliot era una pared de músculo, alto y fuerte.
—No te preocupes, niño bonito. Dave está mucho mejor, este día prefiere pasarlo solo pero no hará ninguna tontería, te lo aseguro —Ana jamás había sido de quienes presta atención a la conversación de los demás pero no pudo evitar prestar atención ante la mención de Dave. El repartidor había dicho que era el mejor amigo de su vecino, ahora entendía que se refería a Eliot.
Los chicos la saludaron pero no dijeron nada más, Ana subió al ascensor mordiéndose los labios para evitar preguntar qué sucedía con Dave. Suspiró y levantó la vista justo cuento ellos entraban en su apartamento, Nathan entró sin mirarla de nuevo pero Eliot se le quedó viendo y le sonrió hasta que las puertas se cerraron.
Extraño. Pensó.
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Se sentó en una de las tumbonas del patio trasero junto a la piscina observando la parte trasera de la casa porque no quería —más bien no se atrevía— a entrar.
Solo hace unos días Cristina le avisó de alguien muy interesado en comprar la casa, no sabía de dónde habían sacado que ella quería vender la casa de sus padres. Ese era su hogar, donde había vivido desde que tenía seis años hasta el día en que sus padres se fueron. Una vez salió de la clínica no quiso volver ahí y su abuelo compró un departamento para ella, eran demasiados los recuerdos, demasiados los momentos de felicidad que luego se convirtieron en agujas haciendo mellas en su corazón.
Cerró los ojos y en su mente recorrió cada rincón de su hogar, la sala donde cada viernes se sentaban los tres a ver películas de terror, amabas acurrucadas, una a cada lado de su padre. La cocina donde con su madre practicaban cada receta de Internet que les parecía deliciosa, muchas veces no les resultaba, otras solo hacían un desastre y otras, terminaban molestas la una con la otra porque ambas creían saber cómo iba. Sonrió de solo recordar el desastre que quedó cuando olvidó poner a tapa de la licuadora y todo salió volando una vez la encendió, todo quedó cubierto de mezcla y tardaron dos días en limpiar las paredes de la cocina y unos cuantos más en sacar la mezcla de su cabello por completo. El estudio, cuya puerta su padre nunca cerraba por muy ocupado que estuviese, ya que para él, su familia era mucho más importante que el trabajo. La habitación de ellos, donde tenía prohibido entrar si la puerta estaba cerrada, cuando era niña no entendía el porqué de eso, pero luego, adolescente, lo entendió. Sus padres siempre estaban abrazándose y besándose, las muestras públicas de su amor no eran inexistentes pero obviamente era en su habitación donde se amaban sin restricción. Su habitación donde aún con veintitrés años ellos iban a darle el beso de las buenas noches.
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Flores Para Anna
ChickLitSu culpa, aunque muchos le decían que no era así que había sido un accidente, Ana sabía que era su culpa. Si esa noche ella no hubiese insistido en salir, ellos estarían vivos. Su culpa, aunque muchos le decían que no era así, que lo que había pasa...