Capítulo 3
Ana miró el enorme ramo de rosas que traía su secretaria como si fuera un trozo de pescado maloliente. ¿En qué idioma tenía que decirle a ese hombre que odiaba las flores?
—Señorita Ana, acaba de llegar esto para…
—Tíralo —sentenció sin dejar a Cristina terminar de hablar—. No quiero ver ni una sola flor, ni en esta oficina ni en ningún lugar por el que yo pase así que tampoco te las puedes quedar —dijo con voz seca y autoritaria. Volvió a poner atención en los documentos que revisaba sin dar oportunidad a Cristina de que replicara, su secretaria solo se dio media vuelta y salió de su oficina cerrando la puerta.
Estaba harta de que cada hombre que se interesaba en ella le mandara flores ¿es que no se les ocurría algo más?
Le había dicho a Bruce Tassler en más de una ocasión que no estaba interesada en él y aún en más ocasiones que las flores eran algo que no le gustaba pero como siempre, los hombres parecían no escuchar y simplemente hacían lo que querían. Realmente pensó que al muy idiota de Tassler le había quedado clara la indirecta cuando llegó con Cristina a la cena que la había obligado a ir su abuelo, pero no. Ese tonto solo se superaba así mismo, aunque reconocía que ver su cara de sorpresa cuando la vio llegar con su secretaria fue digno de ver.
Masajeó sus sienes para intentar aliviar el dolor de cabeza que se cargaba desde hace días antes de levantarse para ir a hablar con su abuelo, era mejor concentrarse en lo verdaderamente importante y eso era la adquisición de esa cadena de supermercados.
Salió de su oficina y dio un vistazo alrededor para cerciorarse que Cristina se había deshecho de las flores, cuando no las vio por ningún lado se quedó viendo a su secretaria. Cristina levantó la vista de su computadora y en un instante pareció comprender lo que preguntaba con la mirada.
—Se las acaba de llevar el mismo chico que las trajo —Ana se giró en dirección a los ascensores donde un hombre realmente alto y musculoso, esperaba que una de las puertas se abriera, con el gran ramo de flores en los brazos.
—Estaré en la oficina de mi abuelo —sin esperar a que Cristina dijese algo caminó en dirección a los ascensores para subir al siguiente piso.
Se paró justo al lado del hombre que llevaba las flores, lo miró de reojo sorprendiéndose de lo alto que era, ella alcanzaba el metro setenta y tres y, con tacones —esas trampas mortales que se hacían llamar zapatos— rozaba el metro ochenta, pero a ese hombre con suerte le llegaba al hombro. No podía ver su rostro —porque lo cubrían las flores— pero estaba casi segura, por la forma en la que la mayoría de las mujeres que trabajaban en el piso lo miraban, que debía ser guapo.
Volvió a mirar al frente, no tenía tiempo de pensar en estupideces, tenía demasiados problemas para eso, la adquisición de nuevos negocios, la enfermedad de su abuelo, el acoso incesante de Tassler y lo que era aún peor, un nuevo aniversario de la muerte de sus padres. Para lo último que tenía tiempo era para estar admirando a un hombre.
El sonido de ascensor la sacó de sus pensamientos, solo dos personas estaban dentro de el y al verla bajaron como si hubiesen visto am mismísimo demonio, Ana suspiró suavemente ante tal estupidez. Era cierto que no era una persona afable, ni siquiera amable en ocasiones, nunca lo había sido y mucho menos después de la muerte de sus padres pero era ridículo el bajarse del ascensor solo por no querer compartirlo con ella.
En cuanto bajaron dio un paso hacia adelante pero algo se cruzó en su camino, una enorme espalda apareció ante su campo de visión y las estúpidas flores le dieron de lleno en el rostro.
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Flores Para Anna
ChickLitSu culpa, aunque muchos le decían que no era así que había sido un accidente, Ana sabía que era su culpa. Si esa noche ella no hubiese insistido en salir, ellos estarían vivos. Su culpa, aunque muchos le decían que no era así, que lo que había pasa...