Capítulo 37

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CAPITULO 37

—Tienes helado en la barbilla —Ana le sonrió al tiempo que se sentaba a su lado y tomaba una servilleta para limpiar su barbilla —. Ahora sí.

Le sonrió a su novia porque era imposible no hacerlo. Se acercó a ella y le robo un suave beso.

—¿Quieres de mi helado? —le ofreció. Ana aceptó quedándose con su copa.

—¿Qué te pareció mi tío?

—Al principio creo que yo no le caí muy bien. Pero parece que la presencia de Andrew ayudó. Parece que le caigo mejor. A mí me parece un buen tipo.

—¿Qué planeas, Andrew? —la voz de Sibel llegó hasta ellos. Ambos pusieron atención a lo que el pequeño niño tenía que decir.

—¿Recuerdas el secreto que te conté? ¿ese que comprobaste para mí? Papá ya lo sabe. Y ya quiero que todo el mundo lo sepa.

—Aún no enano. Las cosas no son tan fáciles como crees, son extrañas y se pondrán complicadas. Ya te lo dije —a Dave no le pasó por alto la mirada de reojo que la chica le dio.

—¡Daniel! ¡Te dije que Andrew no puede comer helados!

La voz enojada —y algo histérica que llegó hasta ellos los hizo girar el rostro para ver de quién se trataba. Y todo —como había oído a la mejor amiga de su novia— se fue a la mierda.

Dave sentía que el mundo había quedado paralizado. Que los relojes habían dejado de avanzar y que todo a su alrededor se había quedado en silencio. Había pensado que el escenario en el que se encontraría con la mujer que le dio a luz estaría bajo el concepto de alguna de las cenas y reuniones de negocios a los Ana asistía ya que irremediablemente en algún momento debería ir con ella. Sabía que la mujer estaba en el mismo mundo de su florecita, pero jamás pensó que tan cerca. Su madre era... tía de Ana.

—Dave... —la suave mano de su novia lo hizo despertar de su trance. Se giró para mirarla y pudo ver la confusión en los rasgos de su novia. Obviamente no entendía su reacción, se giró a ver a los demás que, aunque parecían estar atentos no se veían confundidos. Ellos lo sabían. Incluso Andrew.

—¿Qué es esto? —ella preguntó directamente hacia su esposo.

—¡Mamá! ¡Ya puedes decirle a Dave que lo sientes... él seguro está feliz de verte, yo lo sé...! — la mirada de la mujer se posó en él y jadeó en sorpresa. Se veía tan o más desencajada que él, pero a su expresión además debía agregarle el miedo que demostraba.

Dave se levantó dejando caer la silla en la que estaba sentado.

Tenía que salir de ahí.

Sin prestarle atención a nada ni a nadie caminó esquivando a las personas que entraban a la heladería y salió a la calle hacia el gimnasio necesita ir por su auto y alejarse lo más que pudiese de todo y de todos.




A pesar de su llamado Dave no la miró ni una sola vez y salió disparado del lugar, cuando ella llegó hasta la puerta él ya iba corriendo en la siguiente cuadra. Era imposible que lo alcanzase con sus tacones y su estado físico promedio. Así que prefirió buscar respuestas porque estaba más que claro que la reacción de Dave tenía que ver con su tía. Pero jamás pensó la dimensión de lo que ahí había sucedido.

Pacientemente esperó que todos llegasen la casa de sus abuelos, le sorprendió que su tío le dijese que ahí le explicarían todo. Su abuelo había regresado de la oficina y sus primos los esperaban. Al parecer la explicación iba a ser larga y la historia sería contada una sola vez.

Flores Para AnnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora