Capítulo VII

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   La mesa estaba servida. Mamá había preparado una lasaña vegetariana, que acompañaríamos con ensalada mixta con un aderezo estupendo, y puré de papa.

   Claro, no podía faltar la coca cola. Era parte de la familia, aunque mamá se negara a comprarla de vez en cuando porque no era saludable.

   Acomodé el botón que estaba cerca de mi cuello, puesto que a la camisa color vino de mangas cortas que llevaba puesta solía sucederle eso. Por otro lado, John se apresuró en enrollar las mangas de su camisa negra, las cuales se desdoblaron pese al trajín de ir a comprar la gaseosa antes que el abasto cerrara por horas de almuerzo.

   Mary sonrió al ver la comida y a todos sentados en la mesa, incluyendo a Mike, que era un nerd antisocial. Me preguntaba si mamá se avergonzaba de tener un hijo tan feo.

   —Bueno, ya estamos listos, querida —James se había puesto un pañuelo en su cuello, ya que casi siempre mamá se molestaba cuando accidentalmente se ensuciaba. Y como esa era de color amarillo claro, sería bastante difícil de quitar—. ¿Comemos?

   —Claro —la sonrisa de mi madre se hizo presente. Tomó su cabello ligeramente ondulado y lo ató en una simple coleta.

   —Demos gracias.

   —Gracias.

   Todos me miraron. De casualidad estaba en una esquina, así que me sentí un poco intimidado.

   —Paul, sabes a lo que nos referimos —Mary carraspeó, deslizando su mano sobre su vestido azul cielo para quitar una pelusita adherida a la tela. Luego me miró feo, y añadió—: Deja de bromear.

   Carcajeé un poco.

   —Vale, vale. Está bien. Que ore John, ¿no?

   —No, orará Mike.

   El rostro del mencionado se tornó casi tan blanco como la camiseta deportiva que llevaba puesta. Mi padre se reprimió una carcajada, y mi madre seguramente le pisó el pie porque este apagó su risa y se quejó.

   —¿Yo? —señaló su pecho con el dedo índice—. Pero, mamá...

   —Nada —ella negó con la cabeza—. Tú orarás. Dale gracias a Dios por los alimentos. Tomémonos de la mano.

   Yo estaba en medio de John y Mike, y mis padres al lado de John, así que me tocaba agarrarle la mano a mi hermano. El tan sólo pensar y suponer que se había acabado de masturbar, me daba asco y náuseas, pero no tenía alternativa.

   Miré a John, y este tenía la mano tendida sobre la mesa, como esperando a que yo la agarrara. Sin más, lo hice: uní nuestras palmas y la apreté muy suave.

   Cerramos nuestros ojos, y Mike comenzó la oración.

   "Eh..., querido Dios...", lo escuché decir. "..., te damos gracias por la comida tan rica que mamá hace y... por... por... por todo en general... Eh... que esta comida no nos dé malestar estomacal... y dáselo a los niños que no la tienen... Y también te pido que... que... que... que yo saque buenas calificaciones en la escuela... y también por... por... mmm... No, por nada más. Eh... mmm... Hablamos luego, papá Dios. Amén."

   —Amén —dijimos al compás.

   La forma en que mi madre miró a Mike no tenía comparación. Sabía que más tarde le daría su regaño y lo obligaría a leer el Padre Nuestro para tener una idea de cómo comenzar una oración.

   —Mamá esto se ve delicioso —elogié, cuando ella sirvió un trozo de lasaña a mi plato luego de haber repetido el proceso con los demás.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora