Capítulo XXXVI

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   El silencio reinó en la sala de casa. Lo único que se escuchaba eran las voces del partido de futbol a través del televisor, pero sólo por un instante, puesto que papá lo apagó enseguida. No sabía si era porque íbamos empatando o porque supo que el lugar se había tornado muy, muy incómodo.

   —Sí, John —le respondí, luego de tragar en seco—. Es mi hija.

   Perplejo, miró a Linda. Nuevamente miró a Mary que se había escondido detrás de mis piernas.

   —Vaya —alzó sus cejas, en un gran gesto de sorpresa; se había quedado, sin lugar a dudas, sin palabras—. Es... es muy igual a ti —me miró—. No hay duda. Hola, pequeña —abandonó las bolsas en el suelo—. ¿Cómo te llamas?

   Encorvé mi espalda para poder susurrarle.

   —Anda, dile tu nombre.

   Ella me miró, después a Linda y finalmente miró a John.

   —Mary —contestó en voz baja

   —Igual que yo —murmuró mi madre, que todavía digería, al igual que mi padre, la noticia. Le sonrió a la niña—. Gusto conocerte, Mary. Yo también me llamo así, pero puedes decirme abuela, ¿qué te parece?

   Mary sonrió.

   —¿Y él es el abuelito? —señaló a mi papá, y este no pudo contener la sonrisa.

   —Sí, yo soy tu abuelito, Mary —le dijo. Me miró—. Cielos, Paul, nunca pensé que nos hicieras abuelos tan rápido e inesperadamente...

   Emití una risita nerviosa, evadiendo a toda costa la mirada de John que se posaba sobre mí.

   De repente, el jalón de orejas de mi madre me hizo chillar de dolor.

   —¿¡Y por qué fuiste un padre irresponsable, ah!? ¿¡Por qué no la conocí de bebé!? ¿¡Por qué no sabía que existía!? ¿¡Te hiciste la vista gorda o qué!? ¡Qué vergüenza, James! ¡Qué vergüenza!

   La carcajada de mi padre no tardo mucho en salir de su boca, mientras se levantaba del sillón e iba hacia mí. Yo todavía estaba masajeando mi zona afectada.

   —Sí, das más vergüenza que Mike —sostuvo a Mary entre sus brazos, la alzó y le dio un beso en la mejilla—. Nunca pensé en tener una nieta tan hermosa. Se parece a mí —murmuró orgulloso.

   —Ay, verdad que sí —mi madre se enterneció y le acarició el fleco. Luego me dio un golpecito en la parte trasera de mi cabeza y me fulminó con la mirada—. ¿Por qué no la atendiste de bebé, ah?

   —Agh, mamá —rodeé los ojos—. Me estoy enterando hoy. Linda y yo nos conocimos en nuestro viaje a New York, ¿lo recuerdan? Bueno..., yo... yo no sabía nada de la existencia de Mary.

   —Oh —Mary alzó las cejas—. ¿Y por qué no buscaste a Paul, Linda?

   —Tiene sus razones, mamá.

   Aún con Mary en los brazos, mi padre fue hacia el sofá y se sentó al lado de Linda; mi madre lo siguió para sentarse a su diestra y comenzar a platicar sobre la niña y sobre todo lo que ello abarcaba.

   Cuando me digné a dirigir la mirada hacia John, Mike se hizo presente en la sala. Llevaba puesta otra camiseta de caricatura japonesa y una bermuda verde, acompañado de un par de calcetines. Extrañamente tenía el cabello húmedo, lo que me dio a entender que se había bañado.

   —¡Mike, te bañaste! ¡Oh, hijo, qué milagro! —mi padre lo avergonzó—. ¡Mary, mira! ¡Tu tío se bañó! ¡Querida, nuestro hijo se bañó sin que se lo rogáramos! ¡Este es el mejor día! Lástima que al rato ya vuelve a ponerse hediondo...

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora