Capítulo XXIX

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   Nuestros conceptos de "que pase lo que tenga que pasar" eran totalmente distintos. Yo creí que íbamos a tener sexo, y él sólo pensó en estudiar algún pasaje de La Biblia.

  Cerró aquel libro con una sonrisa, y la dejó sobre la mesita de vidrio que estaba frente al sofá de la sala donde nosotros estábamos sentados. Agradecí que sólo fueron unos quince minutos de lectura y otros cinco de reflexión.

   —¿Y bien? ¿Qué aprendiste?

   —Pues que así cómo Jesús multiplicó los panes, puede multiplicar tu amor hacia mí.

   —Paul —carcajeó—, en serio... ¿En serio crees en Dios y en todo lo que está escrito en La Biblia?

   —Sí creo en Dios y La Biblia, John; mas no en el catolicismo.

   —Bueno —hizo una mueca, pero luego se sonrió—, es un avance. ¡Hey! —soltó repentinamente, haciendo que lo mirara a los ojos—. Es jueves. ¿No te tocaba trabajar hoy?

   —Sí, pero no iba a ir en este estado —señalé el leve moretón en mi bello y perfectamente esculpido rostro—. Esta mañana llamé y dije que había amanecido un poquito resfriado, así que, ni modo, me toca trabajar mañana desde el mediodía hasta el sábado en la mañana.

   —Mmh, ya... Será agotador para ti, me imagino...

   —Sí. Aunque ya mi cuerpo parece estar programado y no afecta tanto.

   Estiré mi mano hacia la mesita de vidrio y tomé el batido de fresas y yogurt que había preparado. Al momento de beberlo, hice un torpe movimiento y parte de la sustancia rosa manchó mi camisa polo verde oliva y parte de mi pantalón negro.

   —Agh, la belleza mía me hace ser torpe.

   En medio de risitas, John se apresuró a tomar una servilleta que reposaba cerca de su vaso y se dispuso a limpiarme. Comenzó por mis manos y luego bajó hasta mi pantalón, donde frotó suavemente muy cerca de mi entrepierna.

   Quise que la tierra me tragara cuando mi pene se endureció y él se percató de ello.

   —Eh, b-bueno —hizo bolita la servilleta y la abandonó a un lado—. Creo que... que tendrás que lavarla tú mismo porque... porque va a... a... —tragó saliva, al tiempo que miraba mis ojos—. ¡Olerá a vómito!

   Ante su última exclamación, la carcajada no tardó en salir de mi boca.

   —Sí, es verdad —hice una mueca, limpiando mi camisa—. El lácteo en la ropa huele a vómito. Bueno, no todos los lácteos...

   —¿Ah, no? —frunció su ceño—. ¿Qué lácteo no huele a vómito en la ropa?

   —Algunos se endurecen y huelen a cloro después.

   —¡Vaya! —alzó sus cejas sorprendido—. ¿Qué clase de lácteo será ese?

  «El que dejaste dos veces dentro de mi trasero», pensé.

   —Oye, John... Creí que al llegar aquí haríamos otra cosa.

   Se quedó sin palabras. Lo había dejado sin palabras. Sólo se abrió ligeramente su boca, como si quisiera decir algo que no podía o no quería pronunciar.

   Me miró directo a los ojos, y cuando los míos captaron el inigualable brillo que los suyos tenían, pensé que no podía enamorarme más de la misma persona.

   —Una vez me... me dijeron que la forma de vencer la tentación era poniendo la vista en otra cosa más importante.

   Si hubiera estado solo probablemente mi grito de nena hubiese penetrado los oídos de los vecinos de la otra calle. Era más que obvio que él pensó en hacer lo mismo que yo.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora