Capítulo XXXI

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   Su beso fue un poco corto, pero lo suficiente como para sentir el sabor del helado mezclarse con su saliva. Mi corazón estaba palpitando fuertemente, y cuando nos separamos, no dudé en mirarlo a directo a los ojos.

   —Me besaste.

   John pasó saliva por su garganta, para luego agachar la vista y comer el último trozo de su pastel.

   —Me besaste —repetí.

   —Ya lo sé.

   Dicho eso tomó el platito, se levantó y fue hasta la ventana para adentrarse a la casa; yo también agarré la taza de té y lo seguí con rapidez. Colocó eso en la mesita de noche, segundos después lo hice yo, y cuando fue en dirección hacia la salida, lo tomé por el antebrazo y él se giró para verme.

   —Me gustan tus besos. Me gusta todo de ti. No quisiera que te fueras.

  No esperé respuesta de su parte: enseguida posé mis manos en su rostro y le di un beso grotesco en los labios. Mientras los movimientos de nuestras bocas eran constantes, John dio un par de pasos hacia al frente, lo que me hizo retroceder a mí.

   Logré sentarme en el borde de la cama; John permaneció de pie frente a mí y con el bulto de su entrepierna a la altura de mi rostro.

   El religioso John tenía el pene erecto.

   Llevé mis manos hacia su camisa y comencé a desabotonarla con lentitud, mientras sentía su mirada sobre mis ojos y sus manos acariciar mi cabello con delicadeza.

   Él mismo se ayudó a quitar la camisa, y cuando su pectoral quedó desnudo, no pude evitar soltar un suspiro involuntario. Acto seguido, él se quitó los zapatos con ayuda de sus pies y se inclinó hacia mí, lo que me hizo acostarme en el colchón.

   Me di cuenta de un detalle sumamente importante e inquietante: su collar de cruz no estaba por ningún lado.

   —¿Y tú...?

   No me dejó terminar la pregunta—: No lo tengo ahora.

   —Eso lo sé —contesté obvio—. Pero quisiera saber por qué.

   —Lo olvidé en mi oficina.

   —Me gustaría decir que el no tenerlo te hizo pecar, pero la vez anterior pecaste y lo traías puesto.

   —El pecado gusta, Paul. Y a mí me gusta pecar contigo.

   Volvimos a besarnos con auténtica parsimonia, mientras que él llevaba sus manos hasta el borde de mi camiseta para desprenderla. La aventó a un lado y procedió a llevar sus besos hacia mi pectoral.

   En eso, sentí el pene del sacerdote rozar con el bulto de mi entrepierna.

   Se incorporó, apoyándose de sus rodillas sobre el colchón, y no tardó mucho en comenzar a quitarse el cinturón. Cuando lo dejó en el suelo, volvió a unir su boca con la mía en un radiante beso.

   Tuvo que levantarse totalmente para poder desprenderse el pantalón. En eso yo aproveché para quitarme el mío y lanzarlo a un lado. Acto seguido, me senté en el borde de la cama.

   —Quiero probar la hostia que tienes entre las piernas. Espero que no sea insípida como las que dan en la iglesia.

  Su semblante se tiñó avergonzadamente de rosa. Yo no esperé más tiempo y pasé mi mano por encima del a tela de su bóxer. Le di un apretón, y él gimió.

   Acerqué mi boca al bulto hermoso que tenía y deslicé mi lengua con suma lentitud, provocando una ligera humedad.

   —Mmh —jadeó, colocando sus manos en mi hombro—, Paul...

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora