Capítulo XXXVIII

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   —Papá, ¿a dónde vamos?

   Como yacía en los asientos de atrás, la miré a través del espejo horizontal que había delante de mí. Le sonreí. Mary había escogido una pantalón lycra de color rosa, una camiseta con estampado de Minnie Mouse y un par de zapatillas escarchadas plateadas.

   —Vamos al parque, cariño —le contesté—. En eso quedamos, ¿no?

   —Mmh, sí. ¿Y por qué mami no vino?

   —Porque la otra Mary la invitó tomarse una taza de té y a conversar.

   Ella emitió una risita.

   —¿Mi abuelita?

   —Esa misma.

   Seguí conduciendo hasta llegar al estacionamiento del parque. Al hacerlo, me bajé del mismo y fue hacia las puertas de atrás para abrirlas. Mary salió de un salto, por lo que me apresuré a cerrarla y a ponerle el seguro con el botoncito que tenía las llaves de auto.

   Fuimos hacia la cafetería que estaba dentro del lugar, esa que John me había mostrado. Estando ahí, pedí un helado de cono para Mary de tres sabores: brownie y chocolate con galletas.

   Acto seguido salimos, para luego disponernos a caminar por el extenso parque. Yo tenía un claro objetivo: ir hacia donde estaba John para poder verlo. Necesitaba hacerlo sí o sí.

   —¿Te gustó? —le pregunté. Mary estaba comiendo su helado tranquilamente y caminando de igual forma a mi lado.

   —Sí, papá —asintió. Tenía los labios llenos de chocolate—. ¡Está delicioso!

   Le dediqué una sonrisa, al tiempo que acariciaba su cabellera atada a una coleta simple; tenía un lazo rosado donde iniciaba la coleta, cosa que la hacía ver todavía más linda de lo que ya era.

   Luego de un par de minutos de caminar, pude escuchar y divisar el grupo de chicos jugando futbol. Eran cuatro, como siempre —y unos tres sentados en la gradas—, y entre ellos estaba el maldito religioso.

   Y el amor de mi vida, al que le importaba una mierda yo: John Lennon.

   —¡Mira, papá! ¡Es John!

   —Sí, cariño. Es futbolista, rompecorazones a medio tiempo y sacerdote a tiempo completo.

   Ella se rió.

   John se percató de nosotros y se desconcentró del juego por décimas de segundos. Gracias a ello, Stuart intentó tomar el balón que estaba en medio de sus pies y, haciendo eso, hizo que tropezara y cayera al suelo de una forma para nada agradable.

   Nos acercamos más cuando lo vi tirado en el suelo e intentando levantarse. La grama le había jugado una mala pasada: tenía las dos rodillas fuertemente raspadas, al igual que la palma de su mano y el borde de la mandíbula.

   —John —lo miré con cierta preocupación: estaba sangrando escasamente por sus heridas—. ¿Estás bien? ¿Te golpeaste duro?

   —Eh —carcajeó, miró sus manos e hizo una mueca ácida—, creo que sí...

   —¡Lo siento, John! —el maldito religioso se apresuró a acercarse a él, junto al enanito de ojos azules y otro idiota que tenía cara de suicida—. ¡Lo lamento, de veras!

   —Ay, Stuart, ahórrate tus disculpas —dije, acomodando el cuello de mi camisa polo turquesa—. No vas a curar sus heridas con tus disculpas, las curaré yo mismo.

   Dicho eso, tomé a John por el antebrazo e hice que caminara hacia mí. No dejé tiempo que él siguiera diciendo estupideces porque de inmediato nos alejamos.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora