Capítulo XXIV

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   Tallé mis ojos y solté un bostezo inesperado. Al ver que ya eran las seis de la mañana del día sábado, me dispuse a acomodar mis cosas para irme a casa y dormir una buena siesta.

   —Estoy tan cansado... —murmuré—. ¡Pero si John quisiera besarme y hacerme cositas aceptaría con gusto!

   En medio de una risita, guardé la bata en mi bolso, saqué una sudadera de color amarillo y me la coloqué. Aquello contrastaba con el resto de mis prendas grises.

   Colgué la mochila sobre mi hombro, firmé la carpeta de asistencia para dar a entender que ya había cumplido mi guardia, y salí a paso rápido con las intenciones de ir hasta el auto para marcharme a casa.

   Agradecí profundamente el hecho de que Jane, pese a nuestra ruptura, hubiera tomado la decisión de cambiarse de turno. No soportaba sus ruegos constantes, ni su presencia.

   ¿Para qué debía mantener amistad con alguien que estaba harto de follar? No era lo mío.

   Me subí al auto, coloqué el cinturón de seguridad y justamente cuando lo iba a encender, el móvil sonó. Una sonrisa iluminó mi rostro cuando vi que se trataba de John.

   —¡Qué milagro, John! Rara vez me llamas cuando salgo de mi turno de la noche. ¿Qué te sucede? ¿Estás bien? ¿Eres tú?

   Escuché su risa que me hizo causar un revoloteo en mi estómago.

   —Hola, Paul. Buenos días. Uh..., de hecho lo pensé dos veces antes de llamarte.

   «¡Qué lindo! —pensé, conteniéndome las ganas de gritar—. ¡Me da los buenos días por teléfono! Ay, Dios, lo amo demasiado.»

   —¿Y por qué?

   —Bueno, es que sé que estuviste toda la noche y parte de la tarde del viernes trabajando, y tal vez estés cansado y quieras ir a casa.

   —Sí estoy cansado, pero a ti siempre te voy a contestar las llamadas...

   —Oh —carcajeó—, qué lindo de tu parte. Uh, te quería preguntar qué harías esta tarde, luego de que hayas descansado.

   «¡Oh, Dios mío! Quiere pasar la tarde conmigo porque le gusto y le gusta estar conmigo», pensé.

   —¡Nada, no haré nada! ¿Qué cosa podría hacer un hombre como yo?

   Una vez más, se rió.

   —¿Ir con chicas?

   —Desde que te conocí dejé de interesarme en mujeres.

   Hubo un silencio que duró aproximadamente segundo y medio.

   —¡Porque ahora me intereso en mi trabajo y en buscar una familia! —me apresuré a aclarar. Evidentemente la había cagado—. Tú me ayudaste a pensar diferente y de forma más madura.

   —¿En serio? Es bueno que te haya ayudado en eso y me alegro que ahora sea así. Pero, oye, no respondiste mi pregunta.

   —Sí lo respondí. Te dije que no iba hacer nada.

   —Entonces..., uh, ¿puedo ir a tu casa en la tarde, cómo a eso de la una?

   —¡Sí, claro que sí! ¡Sí, sí puedes ir! ¡No tienes ni qué preguntar porque si se refiere a ti, todas mis respuestas son 'sí'!

   —O sea, que si te preguntara que si quieres ser sacerdote..., ¿dirías que sí?

   —Qué gracioso eres, John. No sirvo para eso. Conociéndome, le abro un hueco a la estatua de la Virgen María, le meto el pene y así dejaría de llamarse 'Virgen'.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora