Capítulo IV

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   Las piernas de John eran bastante torneadas. Su bóxer le quedaba apretado, y gracias a que me dio la espalda, pude apreciar su trasero.

   Él había sacado ropa de un bolso y comenzó a vestirse. Consistía en un pantalón negro similar al mío, solo que el modelo del suyo tenía ciertas rasgaduras en los muslos, dándole un toque desaliñado. La camisa era blanca, y encima de eso se colocó un suéter gris. No se cambió los zapatos, y a decir verdad le quedaban bien con ese atuendo.

   —¿Guardarás tus cosas y ya?

   Asintió, al tiempo que doblaba su ropa de una forma perfecta, como a mamá le hubiera gustado que yo lo hiciera. Pero no: yo solo las enrollaba y las aventaba al cajón.

   —Oye —carraspeé—. ¿Sabes que la paciencia es una virtud?

   —Sí, y también un fruto del Espíritu Santo.

   —Pues yo no lo tengo.

   Él se rió entre dientes, para luego cerrar la cremallera de su mochila.

   —Deberías comenzar a cultivarlo. En algún momento la necesitarás.

   —Necesito que te apures.

   —Listo —colgó la mochila en su hombro, y volvió a sonreírme; a mí me encantaba verla porque era muy bonita—. ¿Feliz?

   —De eso no dudes —carcajeé, dándome la vuelta y saliendo del lugar. Cuando abrí la puerta, noté que el cielo estaba bastante gris—. Va a llover —atiné segundos antes de que las primeras gotas de lluvia humedecieran el suelo—. Lo predije.

   —Ni modo, toca correr.

   —¿Trajiste tu auto?

   —Sí. Bueno, tú irás en el tuyo y yo en el mío. De todos modos queda cerca la cafetería.

   —Okey. El que llegue primero es un huevo podrido.

   Y antes de que él corriera, lo hice yo. A pesar que le llevaba dos pasos adelante, logramos llegar los dos al mismo tiempo a nuestros respectivos autos. Era lógico porque John practicaba futbol y estaba acostumbrado a correr.

   Me coloqué el cinturón cuando estuve dentro del auto, y antes de encenderlo sacudí un poco mi cabellera para eliminar cualquier pequeño rastro de gotas de lluvia. En ese momento noté que el auto azul marino de John avanzó, así que no tardé en seguirlo.

   Cruzamos un par de calles, rebasamos unos autos y en menos de cinco minutos, ya nos encontrábamos frente al lugar. Para ese entonces, ya lluvia había incrementado bastante.

   Sin embargo, ese no fue motivo para bajarnos rápido y adentrarnos al lugar, el cual estaba helado gracias al frío del aire acondicionado. No tardamos mucho tiempo en sentarnos en las sillas altas de la barra, y pedir un té y un café al mesonero.

   —¿Puedo hacerte una pregunta?

   —Ajá, dime —él asintió. Parte de su suéter gris de cremallera estaba más oscuro de lo normal, debido a las gotas de lluvia; el mío estaba exactamente igual—. Lo que quieras.

   —¿Por qué un sacerdote no bendice el agua del océano? Así se eliminaría bastante la muerte de los animales de ahí, también se purifica y curaría enfermedades si las personas toman de ahí. ¿O es que no se puede bendecir todo el océano? ¿Acaso hay un límite de agua para bendecirla? ¿Cuántos litros son por bendición? ¿O es que en realidad todo eso es menti...? Okey, no es necesario que me respondas.

   John apoyó su mentón de la palma de su mano, al tiempo que soltaba una risita. En ese momento el té y café llegaron, así que cada uno agarró la respectiva taza.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora