Capítulo II

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   Creí que cuando iba a entrar a la iglesia todas las cruces se iban a colocar boca abajo y que un ser maligno me iba a poseer.

   Pero no fue así. Entré de lo más normal, y me senté en las últimas bancas —las que estaban cerca de la puerta para, en caso de emergencia, huir— con mis papás y mi hermano.

   El lugar, a mí parecer, era sencillo. Aunque para mí no parecía nada santo. El sacerdote mayor —ni idea de cómo lo llaman— lucía un traje muy simple de colores blanco, además de un pequeño gorrito del mismo color.

   La iglesia era pequeña. De paredes blancas, bancos de madera y suelo con alfombra oscura. Aquel hombre de edad avanzada estaba detenido en medio de la plataforma, con La Biblia en manos y con un micrófono en su otra mano.

   "Terriblemente aburrido", así lo calificaba yo.

   —¿A qué hora termina esto?

   Mamá me dedicó una mirada fea, a lo que yo le respondí con una encogida de hombros y gesto indiferente.

   —A las doce.

   Miré el reloj que llevaba en la muñeca, y bufé: ocho y diez de la mañana.

   —¿Para qué me trajiste a esto? Qué aburrido.

   —Ya te dije que porque soy tu madre. Y siéntate bien, estás en la casa de Dios.

   —Yo no veo a Dios aquí, ¿tú lo ves? Es más, ni siquiera se siente lo espiritual y esas cosas. Esto da miedo y lo más probable es que tenga pesadillas en la noche.

   —Cierra el hocico de perro que tienes, James —mi madre me reprendió, mientras mi padre se reprimía una carcajada—. ¿Tú también te vas a reír o qué? —lo encaró.

   —Es que me dio risa lo de 'hocico de perro'. Perdón, querida. Y ya, Paul. No tienes cinco años.

   —Ya, pues —rodeé los ojos, al tiempo que me deslizaba en la banca de madera—. Esto será eterno —miré a mi hermano, y le di un codazo, haciendo que él se quejara de dolor—. ¿Tú qué, ñoño? Te aguantas esto todos los domingos.

   —Ya déjame en paz.

   —Habla, esclavo.

   Era imposible no decirle cosas así, y que era adoptado. Pobre Mike, de seguro estaba harto de mí.

   —Sí, sí —contestó fastidiado. Como su cabello era ligeramente enroscado, trato de acomodarlo—. Ya déjame.

   —¿Sabías que tú eres un cuerno que mamá le puso a papá? O sea, eres hijo de otro hombre. ¿No ves tu cabello y tu brutalidad?

   —¡Mamá tiene el cabello un poco enroscado y nuestro abuelo también!

   Miré a mamá, y sí: su cabello negro estaba algo enroscado, motivo por el cual siempre lo llevaba suelto y por los hombros. Claro, la raíz era totalmente lisa y su cabello muy, muy brillante porque no paraba de aplicarse mascarillas de huevo y aceite de oliva.

   —Ah, verdad... pero igual eres de otro hombre.

   —Ya cierra el hocico de perro. Mamá tiene razón al decir que obstinas a veces.

   —Ya cállense los dos —Mary nos miró a ambos. Por mí no había problema, pero sabía que si Mike seguía, lo iba a regañar en casa—. Es la última advertencia.

   Mike me miró feo, cruzó los brazos y se dedicó a prestarle atención a lo que el "enviado de Dios" estaba diciendo. Puras mentiras. Lo gracioso es que ellos hablaban de blasfemias y ellos mismos eran los blasfemos.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora