Capítulo XV

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   Sinceramente nunca había tomado helado tan seguido dese que conocí a John. Pero no me arrepentía de hacerlo. Esta vez decidimos comprarlo y hacer una caminata por el parque.

   Amaba al helado.

   No a John, al helado.

   Me había quitado la corbata y había enrollado las mangas de mi camisa de vestir, para darle un toque poco más ligero. Y John se había quitado el alzacuello, y, también, se soltó los dos primeros botones de su camisa negra pese al sol.

   Yo no podía dejar de ver sus clavículas.

   —... Entonces como Stuart viene mañana iré a esperarlo en el aeropuerto —le dio una probada a su helado de chocolate con almendras y dirigió su mirada a la mía.

   Ahí fue cuando volví a retomar el tema de la conversación. Me molestaba todo lo relacionado con su amigo número uno.

   —¿Y por qué tú vas a ir a buscarlo al aeropuerto? ¿Acaso él no se sabe el camino hasta su casa? ¿Tú eres su perro guía?

   —Sí, Paul —se rió—. Sí lo sabe, es solo que quiero verlo cuanto antes. Y no soy su perro guía.

   —Ya quisiera que tú me dijeras así. ¡Pero no!, lo que haces es hacerme llorar.

   —Agh, lo siento —volvió a decir. Yo me dediqué a comer de mi helado de chocolate amargo—. Te dije que no había sido mi intención.

   —Lo sé, ya te perdoné. Pero lo recuerdo cada vez que dices algo de Stuart.

   —Supéralo.

   —¿Disculpa? —lo miré con el ceño fruncido. En mi mano sostenía la cucharita con un poco de helado—. ¿Y por qué no lo superas tú?

   —Porque tú hablas de él.

   —¡Hablo de él porque tú hablas de él!

   —Comento cosas de Stuart —corrigió.

   —¡Pues deja de hacerlo porque...!

   Me tropecé con una piedra que estaba sobre la grama y caí al suelo. Me lastimé la rodilla, raspé el lado izquierdo de mi mandíbula y mi helado quedó en el suelo, y parte de mi camisa. Gracias al cielo no había nadie por ahí, porque la vergüenza hubiera sido mayor.

   —¡Paul! —John se colocó en cuclillas al instante, dejó su helado a un lado e intentó tomarme del brazo para ayudarme a sentarme—. Mira cómo estás... —hizo una mueca ácida al ver mi raspón en el rostro—. Bueno, al menos estás sangrando poco...

   —Maldito Stuart. Esto fue su culpa —palpé el raspón de mi mandíbula con dedo índice y medio, luego lo miré y efectivamente no tenía mayor rastro de sangre, pero el ardor era infernal—. ¡Lo odio!

   —No lo odies. No te ha hecho nada —limpió (o intentó hacerlo) el rastro de helado en mi camisa con su servilleta. La mancha sólo incrementó más—. Es tu culpa.

   —¿Mi culpa? ¡Claro que no! Hablar de él me hace que este tipo de cosas me pasen.

   —Bueno, bueno —emitió una leve risita—. Te acompaño a tu auto. Ahí tienes un botiquín y puedes curarte.

   —Sí, está bien —me encogí de hombros y logré ponerme de pie. A pesar que el recipiente no tenía helado, decidí agarrarlo para después botarlo en alguna papelera cerca—. Agh, me caí como un imbécil.

   —Me contuve las risas.

   Lo miré de una forma poco bonita, al tiempo que caminábamos en dirección hacia la salida del parque, donde quedaba el estacionamiento. John se rió a carcajadas.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora