Capítulo XXXIX

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   Creí que solo había sido alucinaciones mías, pero no: John estaba besándome los labios de manera lenta, suave, y a un ritmo único que coincidía con los latidos abruptamente acelerados de mi corazón.

   —Oh, Dios —murmuré, teniendo la respiración acelerada y con las ganas de quitarme el albornoz y ser follado por él—. Mierda, John.

   Pero él no contestó. Lo único que hizo fue tomarme de la cintura, recostarme contra la pared y seguir besándome como si no hubiera un mañana. Yo, por lo pronto, me dispuse a enrollar mis brazos de su cuello para darle larga.

   No lo entendía, pero ese beso era todo lo que había deseado durante días que parecían eternos.

   —Mmh —nos separamos por la falta de aire—, John. ¿Qué pretendes?

   —No sé.

   —¿Cómo que no sabes? Acabas de hacer algo que prometiste no hacer nunca más.

   —¿Y te molesta?

   Negué con la cabeza.

   —Me desconcierta. ¿Qué es lo que quieres John?

   Él suspiró, me dio la espalda y llevó sus manos a su cintura. Bajó la cabeza.

   —Lo siento, no debí hacerlo.

   Tragué en seco. A decir verdad, no me esperaba otra frase que no fuera precisamente esa.

   —¿Por qué me besas y luego actúas como si no valiera para ti?

   —Porque no debería valer nada para mí —se dio la vuelta y me miró a los ojos—. Perdón. Yo... yo estoy confundido últimamente... Y no sé... Paul, no sé lo que quiero para mí. Siento que voy a estallar. Estoy entre la espada y la pared, lo juro. Por un lado quiero estar contigo, pero mi reli...

   —Si viniste a decirme lo mismo de siempre, no hubieras venido. Ya lo sé. Estoy consciente de que estás confundido y que no sabes que hacer. Pero, ¿sabes una cosa? Yo estoy harto de tu indecisión.

   —Pero...

   —Me quieres tener ahí para cuando se te antoje, ¡y no! No quiero. Vete. Lárgate de aquí y cuando hayas tomado una decisión, cualquiera que sea, vienes a buscarme. Estoy harto de escuchar que no sabes lo que quieres, porque yo sí sé muy bien lo que quiero.

   Noté cómo los ojos de John se cristalizaron; sin embargo, no dejaba de verme. Me sentí terrible, pero una gran parte de mí se sentí satisfecho por lo que había dicho yo.

   No dijo más nada. Caminó hasta las escaleras, y yo lo seguí detrás para poder abrirle la puerta gustosamente. Mary todavía seguía dormida, cosa que agradecí bastante.

   —Quisiera que pensaras en mí —dije, abriéndole la puerta—. Me estás haciendo daño. Y a ti también. ¿Por qué no escoges de una vez por todas? ¿Por qué no te arriesgas a ser feliz conmigo?

   —No lo sé —contestó, mirando el cielo oscuro y frío de la noche. Llevaba las manos en el bolsillo de su short deportivo verde—. Me siento tan mal últimamente.

   —¿Por no saber lo que quieres?

   —Ni siquiera lo sé. No sé nada. No sé que quiero con mi vida, no sé si ser sacerdote sea lo mejor y tampoco sé si estar contigo sea lo mejor. En serio no lo sé.

   Dicho eso salió de la casa, camino hasta su auto y se subió. Yo cerré la puerta en medio de un suspiro y con la vista cristalizada.

   "Papá..."

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora