Capítulo XX

2.8K 334 1.4K
                                    

   Le di un mordisco a la dona de chocolate, y me dispuse a dar un sorbo de mi frappé que también era de chocolate.

   —Espero que haya estado mejor. Me dio cosita verlo pálido y sudando.

   John me miró de manera fea, al tiempo que quitaba los botones de su camisa. Mantenía sus mismos atuendos de color negro, sólo que se había quitado el alzacuello.

   —Sí lo está —aseguró, mientras bebía un sorbo de su batido de fresa—. Estaba bien cuando nos fuimos.

   Hice una mueca y me dispuse a enrollar las mangas de mi camisa vinotinto oscuro. Antes de bajar del auto, me había quitado la corbata gris que combinaba con mi pantalón porque, en ocasiones, me molestaba.

   —¿Qué le habrás dicho? —murmuró, comiendo un poco de crema batida.

   —Nada malo. Sólo mis pecados.

   Abrió sus ojos como platos y alzó ambas cejas. Se dispuso a darle un mordisco a su cupcake de vainilla.

   —No quiero ni imaginarme cuantas cosas les habrás dicho...

   —Ah, sólo cosas normales —aseguré—. Por cierto, no me has dicho nada de mi vestuario.

   —¿Tu vestuario? —me miró con el ceño fruncido y se acomodó en el asiento de la cafetería que estaba justo al lado de la ventana—. ¿Qué tiene de distinto?

   —Esperaba un comentario como: "Te ves bien" o "Me gusta esa camisa"

   —Oh, de hecho sí me gustó esa camisa. Te queda muy bien.

   —¿¡De verdad te gusta!?

   —Eh, sí...

   —¡Oh, Dios mío, creo que será el día más feliz de mi vida!

   Él carcajeó.

   —Casi matas al sacerdote, ¿y dices que es el día más feliz de tu vida?

   —Es que mi belleza causa ese efecto.

   —Woah —aún con un gesto de sorpresa, le dio otro sorbo a su batido—. Qué ego. Me gusta.

   —Oye, John... Quiero decirte algo.

   —¿Y qué será? —me miró con atención, mientras le daba el último mordisco a su cupcake.

   —Desde que te conocí, algo en mi vida cambió por completo, como te lo he dicho siempre. Pero cada vez más, siento que no es... que no sólo es mi forma de ser con las chicas, no. Es algo más...

   —Yo también lo siento así. Desde que te conocí, me salieron dos rollitos en el abdomen, y eso es porque comemos a cada rato.

   Le iba a decir que sentía la necesidad de estar siempre con él, pero eso que dijo me pareció muy tierno y gracioso.

   —Ay, ¿en serio?

   —Sí y tengo dos kilos de más.

   —Yo también tengo dos kilos y rollitos en el abdomen. De eso se trata, querido John, de engordar juntos.

   Él se rió.

   —Qué tierno todo.

   —Sí porque con Stuart sólo te secas. Él parece una hiedra venenosa o algo peor.

   Rodó los ojos.

   —Pobre Stuart. Ya déjalo.

   —Ujum... —sostuve la pajilla entre mis dientas y absorbí; el sabor frío de chocolate con galletas llegó a mi paladar—. ¿Tienes planes para mañana?

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora