Capítulo XXXIII

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   Luego del delicioso almuerzo en casa de mamá y la tarta de chocolate como postre, tomé asiento en el sofá para mirar un poco la tele y dejar de pensar tanto en John.

   Toda cosa que hacía o que veía me recordaba a él y a momentos con él. Estaba en un estado crítico.

   —Mike se fue a dormir —dijo mi madre, cruzando la sala. Llevaba puesto un overol sobre sus prendas blancas, y sostenía en sus manos varios implementos de jardinería—. ¿Te quedarás ahí?

   —Sí —asentí, tomando el control remoto entre mi mano—. ¿Irás al jardín?

   Ella movió su cabeza de arriba hacia abajo, aprobando lo que yo le había dicho.

   —Hay unas flores nuevas que quiero sembrar y un par de plantas que tengo que acomodar.

   —Suerte. —Fue lo que dije, antes que ella desapareciera de la sala en dirección a la puerta trasera.

   Cuando estuve solo, metí las manos en los bolsillos de mi pantalón negro y saqué el móvil. El reloj marcaba las dos y no tenía ningún mensaje de John, sólo de chicas haciendo fila para tener una oportunidad de salir conmigo.

   Pero yo no quería vaginas, tetas, ni trasero de mujer; yo quería pene de John, tetillas de John, trasero plano de John y los rollitos de John.

   —¡Ya sé! Voy a buscar un hechizo amoroso para que John me ame y no pueda estar sin mí...

   No tenía intenciones de hacer algo así porque ya yo hechizaba a todos con mi belleza.

   A todos menos al sacerdote con el pene exquisito.

   Sacudí mi cabeza en negación para eliminar todos esos pensamientos tontos y fui al buscador del móvil. Coloqué: "Hechizos amorosos". Inmediatamente se desplegó la lista de opciones y páginas, y le di a una que me resultó tentadora:

"Hechizo fácil, sencillo y muy práctico para que esa persona te ame, haga todo lo que tú quieras, para que no te abandone, para que te mima y te consienta, para que te sea cien por ciento fiel y para que te lama el piso por donde caminas...¡Y para que haga lo que tú quieras!"

   —Mmh, suena a algo que haría una bruja japonesa para dominar a un pobre hombre inglés...

   Cuando cargó la página, leí los implementos e ingredientes necesarios para llevar a cabo tal hechizo.

"Ingrediente número uno: tres pelos de alce de Alaska."

   —¿¡Y dónde coño voy a encontrar tres pelos de alce de Alaska!?

   Cerré la página, bloqueé el móvil, lo tiré a un lado y cruce mis brazos. Suspiré.

   —Ni modo, Paul. Tendrás que seguir usando tus encantos que dan orgasmos instantáneos. ¡Pero no para el sacerdote! Ten dignidad, por todos los cielos.

   Un ruido en las escaleras captó mi atención. Era Mike, mi hermanito querido con olor a culo rancio que bajaba soñoliento y con rastros de comida sobre su camisa de caricaturas japonesas.

   —¿Qué? ¿Cansado de ser virgen?

   —Ya cierra la boca. Creí que te habías ido. Obstinas.

   Se sentó en el sillón que estaba frente a mí, tomó su consola y se dispuso a jugar.

   —¿Ya hiciste tu tarea pelo de estropajo?

   —No tengo tarea.

   —Pues ahora la tienes: deja de ser imbécil y virgen al mismo tiempo.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora