Capítulo XXXV

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   No podía dejar de ver sus ojos dormilones rodeados de pestañas ligeramente abundantes; eran de un color más oscuro que el mío y su cabello castaño oscuro. Su nariz era pequeña y sus labios gorditos y rosados.

   Se escondió entre las piernas de su madre, y entonces la miré. Sus ojos azules me hicieron recordar el momento en que ella y yo habíamos coincidido. Mi piel se heló.

   Cuando tenía dieciocho años, mis padres y mi hermano emprendimos un viaje a New York. Ahí nos alojamos en un hotel, y conocí a Linda. Luego de un par de días de cortejarla, tuvimos un encuentro sexual y no la vi más nunca. No me interesó saber mucho sobre su vida y tampoco recordaba alguna otra cosa más relevante que sexo.

   —¿Eres Paul? —ella volvió a preguntar—. ¿Paul McCartney?

   Asentí, aún con un semblante sorpresivo. Todavía no digería bien lo que estaba frente a mí.

   —Sí, soy yo... ¿Linda?

   Ella pareció todavía más sorprendida al saber que yo, luego de cinco años, hubiera podido recordar su nombre.

   —Sí —colocó un mechón de cabello rubio detrás de su oreja—. Linda Eastman.

   —Sí, sí... —me hice a un lado, dejándola pasar—. Claro —cerré la puerta—. Siéntate. ¿Quieres un té o café o algo?

   —No —Linda tomó asiento en el sofá, y se sentó a la niña en sus piernas. Esta miró el cojín de osito y el de corazón y quiso tocarlo—. Necesito hablar contigo.

   Pasé saliva por mi garganta, mientras encaminaba mis pies descalzos hacia el sofá individual estaba de lateral al grande, donde ellas estaban sentadas.

   —Sí, dime...

   Linda bajó la mirada, como si estuviera pensando muy bien lo que iba a decir. Luego me miró.

   —Supongo que ya te debes imaginar de lo que te vengo hablar...

   Miré a la niña. Su cabello atado a dos colitas y su mirada inquieta me causó ternura.

   —Sí, ya... lo imagino. Pero... p-pero quiero escucharte, Linda...

   —Sabrás lo que pasó entre tú y yo cuando fuiste con tu familia a New York. Mi madre, Paul, era la recepcionista de ese hotel en el que te hospedaste. Cuando te vi llegar, tú... tú me llamaste mucho la atención, no lo niego; y creo que fue mutuo puesto que tú tampoco dejabas de verme.

   —Lo fue —asentí, sin descaro alguno—. Me cautivaste.

   Ella quiso esbozar una sonrisa, pero inmediatamente carraspeó para poder concentrarse en seguir hablando.

   —Esa última noche que estuviste allá, yo fui a tu suite porque tú me dijiste que lo hiciera. Estabas solo, nos dejamos llevar y pasó lo que pasó. Quedé embarazada de ti, Paul, pero no pude decirte nada porque el día siguiente te fuiste y ni siquiera tuviste la amabilidad de despedirte de mí.

   No necesitaba prueba de ADN para creerle porque la prueba era la cara de la niña que era una copia de la mía.

   —Sí —rasqué mi cuello, mientras que fijaba la vista en el suelo—. Claro que sí...

   La niña comenzó a jugar con los pliegues del suéter blanco con lunares de su madre, y luego se dispuso a jalar una partecita de su vestido rosa de rayitas blancas. Linda le pidió que no lo hiciera.

   —Mi madre se molestó cuando se enteró que yo estaba embarazada y mucho más cuando le dije que se trataba de ti. Sin embargo me prestó su apoyo. Luego de tenerla, estudié fotografía y encontré trabajo... Y... aquí estoy.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora