Capítulo XLIII

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   Sonreí al escuchar eso último. Piqué un poco de mi cheescake, lo llevé a mi boca y lo miré.

   —Claro que sí. Y espero poder estar contigo lo más pronto posible.

   Tomé una servilleta, la doblé y limpié la mejilla de Mary de manera delicada. Esta me agradeció con una sonrisa. Volví a mirar a John.

   —Será pronto. En cuanto vuelva de visitar a Mimi voy a ponerme con lo del trabajo...

   —Espero que sea rápido y que no tardes tanto.

   Sacudió su cabeza en negación, muy seguro de sí.

   —No va a tardar mucho.

   —Oye, John. Mi casa está disponible para ti, ¿está bien? Podemos estar allá los dos.

   —¿Frente a tus papás?

   —Sí —asentí, restándole importancia al asunto, al tiempo que aflojaba un poco el nudo de mi corbata—. Ni papá ni mamá dirán nada. Mucho menos Mike que da lástima.

   John se rió, al tiempo que negaba la cabeza en modo de reproche.

   —Pobre Mike. Dime algo, ¿en serio huele mal?

   —No sé, John. No pienso olerlo.

   Nos reímos.

   —Él me transmite asco —le dije, haciéndolo reír aún más—. Cuando estaba más pequeño, como de ocho o diez años, se sacaba los mocos y tenía que correr porque quería pegármelos en el cuerpo. Y siempre está con la misma camiseta de caricatura japonesas, jugando vídeo-juegos y comiendo snacks. ¡Y lo peor de todo! Suda por todo: por nervios, por estrés, ¡por todo! Es asqueroso.

   —Pobre Mike, Paul —él no aguantaba la risa; yo me dispuse a enrollar las mangas de mi camisa—. Déjalo en paz.

   —Mike es un piano embrujado.

   John frunció el ceño.

   —¿Por qué?

   —Porque se toca solo en las noches.

   Rió.

   —Pobrecito —murmuró, sin dejar de reírse—. Déjalo.

   —También es un perrito en terraza porque no tiene dónde enterrar el hueso. Y es un desierto porque siempre está caliente y seco. ¡Y un nido! Porque si no fuera por la paja se le pudren los huevos. Por supuesto también es sastre de granja porque le gusta perder una aguja para andar en la paja. También es una pantie de vidriera porque nunca tocó una vagina.

   —¡Paul! —John se estaba riendo—. Pobre Mike, déjalo. Y tú hija está... aquí.

   Miré a Mary. Ella estaba comiendo su helado mientras miraba atentamente por la ventana un perrito que una señora tenía. Este era de raza pequeña e intentaba morderse la cola a toda cosa.

   —No entiende —dije, volviendo a mirarlo. Repentinamente me reí—. Es que Mike tiene tan mala suerte que nació por cesárea, así que nunca ha visto una vagina a menos que sea de caricaturas japonesas o en vídeos.

   —¡Paul!

   —Ay, pobre Mike —sacudí mi cabeza en negación—. Tiene todo lo malo, pero es mi hermano y lo quiero. Qué afortunado es de tener mi cariño.

   —Es bonito.

   —¿¡Mike!? ¡No!

   —No, Paul. Tus sentimientos hacia él.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora