Capítulo XXVII

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   Nunca había esperado el mediodía con tantas ansias, a decir verdad. Me quité la bata con destreza, y alisté mi camisa estilo polo gris, que contrastaba con mis zapatillas del mismo color y pantalón negro.

   Deslicé mi mano por mi cabellera azabache para peinarlo. Había usado la pantalla del celular como espejo, y no pude evitar verme increíblemente bien.

   La puerta se abrió al instante. Aquello m hizo girar el rostro para ver de quién se trataba. George vestía prendas muy bien arregladas de colores cálidos y con un azul en su pantalón que combinaba perfectamente.

   —¿Almorzamos?

   —Hoy iré con John —le dije, al tiempo que metía las manos en mi bolsillo—. Ayer hablamos.

   —¿¡En serio!?

    —Sí —hice una mueca—. No era lo que yo realmente esperaba, pero seguimos siendo amigos. Y todo sea por, al menos, tener su amistad.

   —¿Y hoy almorzarás con él, no?

   —¡Sí! Planeo pasar mi lengua por la comida para que coma de mi baba.

   George descargó la palma de su mano en su frente, al tiempo que sacudía su cabeza en negación. Eso me hizo reír bastante.

   —Y yo creí que Mike era el virgen de la familia...

   —¡Agh, claro que lo es! El imbécil todavía no se ha cogido a ninguna. Y, bueno, ¿qué chica estaría con él?

   —Pobre Mike —se rió. Palmeó mi hombro, al tiempo que yo salía de mi consultorio—. Entonces almorzaré con los chicos. Espero que todo salga bien.

   —Lo dices como si fuera a una misión imposible, o algo así.

   —Hacer que John te quiera más que un amigo, Paul, es una misión imposible.

   —Idiota.

   Él se rió a carcajadas, y yo sólo lo miré feo, mientras que transitábamos por el pasillo hacia destinos opuestos: él la cafetería, y yo la salida.

   No pude evitar sonreír cuando, al llegar, vi a John detenido frente a mi auto. Llevaba una sudadera roja con una raya vertical de color blanco. Tenía pantalón de mezclilla y zapato deportivos blancos.

   Se veía tan bien que me provocó lamerlo.

   —¡Hola, John! ¿¡Cómo estás!? ¡Estoy feliz de verte! ¡Sí, lo estoy!

   Él se rió, al tiempo que deslizaba su mano para ordenar su cabellera castaña que me gustaba oler cuando él estaba desprevenido.

   Olía a champú de hombre, ese que yo me negaba usar porque me gustaba el de bebé.

   —Yo también estoy feliz de verte —carcajeó, llevando las manos a los bolsillos de su sudadera. Era evidente que el momento, para él, era un poco incómodo—. Eh..., n-no traje mi auto... porque creí que podía ir en el tuyo y...

   —Sí, John —le dije—. Sí puedes. ¿Estás bien?

   —Claro que sí. Sí estoy bien —se rió—. ¿Tú cómo estás? ¿Qué tal la mañana?

   —Ah, de maravilla. ¿A ti cómo te fue?

   —Mhm, bien. Estuve en la iglesia, ya sabes...

   Le sonreí, mientras metía las manos a mi bolsillo para sacar la llave del auto.

   Aunque hubiera preferido sacar su pene y darle besitos.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora