Capítulo XIX

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   Cuando John fue a la cocina para buscar salsa de tomate, deslicé mi lengua por la botella de la gaseosa para absorber su baba.

   Parecía un maldito virgen desesperado igual que Mike, pero era la baba de John Lennon.

   —¿Te puedo hacer otra pregunta? —le dije, al tiempo que dejaba la botella de coca-cola a un lado.

   John abandonó la botella de salsa de tomate en la mesita de vidrio que estaba frente al sofá donde yo estaba sentado. Me miró extrañado, mientras subía las mangas de su suéter gris tejido.

   De reojo, lo único que yo veía era el bulto de que se le marcaba en su entrepierna. Agradecí que los pantalones negro que llevaba puesto fuesen ajustado.

   —Con tal y no sea extraña, sí —se sentó a mí lado, en medio de una risita.

   —¿Por qué le echas salsa de tomate a la pizza?

   —Ah, porque es buena y me gusta —contestó, abriendo el bote. Tomó el slice de pizza y le echó una pequeña cantidad, para después darle un mordisco—. ¡Mhm!

   Yo lo miré con un gesto asqueado.

   Pero me enternecí cuando vi un rastro de salsa de tomate en la comisura de sus labios y quise quitárselo con mi lengua.

   —Tienes salsa de tomate ahí —señalé.

   —Oh —tomó una servilleta y se limpió—. Gracias.

   —De nada —le di una mordida a mi pizza.

   —¿En serio no quieres echarle salsa de tomate? —formuló su pregunta mientras bebía un sorbo de coca-cola.

   Miré cuando absorbió el rastro de baba que yo había dejado escondido en los bordes. Celebré internamente.

   —No —negué con la cabeza, al tiempo que rascaba mi pezón derecho—. Se me hace muy raro.

   Por alguna razón me ardió, así me obligué a mirarlo. Me había picado un mosquito al lado del pezón.

   —¡Ah, John! ¡Me picó un mosquito en el pezón!

   Él giró su rostro lentamente hasta poder verme. Su semblante era de extrañez, cosa que me dio mucha risa.

   —¿Y?

   —¡Qué me pica!

   —Pues... ¿ráscate?

   Solté un bufido, al tiempo que me levantaba para ir a las escaleras. John me siguió. Fuimoshasta el pasillo hasta llegar al baño, y al hacerlo, abrí el espejo: ahí había un botiquín de primeros auxilios y cosas que normalmente usaba, como afeitadora, espuma y ese tipo de cosas.

   Agarré un bote de aerosol ideal para picadas de insecto. Sin más, me dispuse a echarlo en mi pezón. Pero como lo hice muy cerca, la fuerza del aire, mezclado con lo mentolado de la sustancia me quemó.

   —¡Ah, me quemé el pezón! ¡Ayuda, ayuda! ¡Arde mucho! ¿¡Por qué todo me pasa en el pezón!?

   —¡Se supone que tienes que echártelo a quince centímetros de distancia! —espetó—. ¡Como los desodorantes en aerosol!

   —Okey, pero no me grites.

   —No te estoy gritando —carcajeó, sacudiendo su cabeza en negación—. Es que no quiero que te lastimes más de lo que ya estás.

   Me enternecí al escuchar eso.

   —Oh, John —metí el bote de aerosol en el botiquín y cerré el espejo—. Es bueno que te preocupes por mí.

Forgive us ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora