Malfoy, es una dragona.

13.7K 1.4K 160
                                    

—Te lo dije Potter—el chico estaba gritando sin importarle que su perfecta imagen se arruinara.

Había aceptado, esos bonitos ojos color esmeralda mirándole con súplica para acompañarlo al callejón Diagon. Sus labios casi rozaron su mejilla cuando él azabache brillo con intensidad ante la emoción. Pero empezaba ha retractarse. Descubrieron toda esa mierda y él no parecía estar afectado.

—Deja de gritar Malfoy—se detuvo a mitad del callejón Diagon atrapando la mirada de más de una docena de magos y brujas.

—No me hagas mal decirte Potter—amenazo sacando la varita.

—Malfoy, pareces una dragona cuidando a su cría—se burló alzando las manos en signo de rendición.

Más de la mitad de la sociedad mágica que vagaba en esos días comprando por el callejón Diagon se detuvo al escuchar al niño-que-vivió hablar con uno de los hijos de los principales mortífagos del que fue alguna vez el señor oscuro. Pero Harry pensó que no era una analogía que quisiera que fuera realidad.

—Calma Dragón, los duendes se encargarán de regresar todo a mis bóvedas.

—Solo te diré una cosa Harry: “te lo dije”—hablo sarcástico arreglándose la ropa.

La varita fue bajada con una duda inminente en los ojos de su portador. Todo había comenzando  esa mañana en Gringotts, el lugar en el que todo mago debe ir si quiere conseguir su herencia.
Claro, eso había escuchado la primera vez que estuvo en aquel lugar y que los Goblins lo mirarán de una manera extraña, como queriendo lanzarle un par de crucios.

—Buenos días—la educada voz de Draco le saco de sus pensamientos—queremos hablar con Ragnok.

Los Goblins acostumbrados a lo descortés de los magos, los miraron de reojo, como analizando porque aquellos chiquillos podían ser lo suficientemente educados para esperar que ellos dejarán sus papeles y les dieran un saludo adecuado.

—Buenos días—respondió el Goblin educado (no era como los magos)—sus nombres, por favor.

—Draco Malfoy—hizo una reverencia en señal de respeto, eran lo suficiente buenos en la magia para hechizar los—con Harry Potter.

El Goblin pareció pensarlo un poco antes de bajar de su lugar y caminar hacia otro que les miraba tan fijamente que llegaba hacer que alguien se sintiera incómodo.
Ambos miraron a los Goblins caminar hacia una puerta y salir. Draco tomo la mano de Harry con disimulo mientras que con la otra mano buscaba su varita sin querer alertar a los demás magos o goblins en el banco.

—Draco, no—el azabache intento calmar a su acompañante—hay que ser respetuosos.

—Pero, Harry...

—Draco—lo miro a los ojos con seriedad—¿Recuerdas la advertencia de la entrada?

—Él chico asintió recordando—Entra, desconocido, pero ten cuidado con lo que le espera al pecado de la codicia, porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado, deberán pagar en cambio mucho más, así que si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo, ladrón, te hemos advertido, ten cuidado de encontrar aquí algo más que un tesoro—recito sin entender a lo que su amigo quería llegar.

—Seremos vistos como ladrones si sacas la varita—le advirtió al sentir las miradas encima suyo.

Draco guardo su varita con desconfianza. En ese precioso instante todos los goblins que contaban y pesaban monedas (las cuales habían dejado de lado para verlos) retomaron su propio ritmo. Se quedaron quietos en su lugar sin aparentar ser tan nerviosos. La puerta se volvió a abrir dejando ver al mismo goblin que los atendió.

—Señor Malfoy, señor Potter por favor síganme—les hizo una seña con la mano mientras los guiaba por una de las puertas hacia el despacho del director del banco.

Entraron por la puerta, pasando por una infinidad de pasillos, la magia los estaba rodeando, advirtiéndoles que nadie más que los goblins sabían el camino correcto para salir si se les ocurría robar algo. Una gran puerta de roble negro que resaltaba en una perfecta sincronía con el mármol blanco les hizo sentir que todo lo que hacían era algo malo, porque se supone que la herencia no se da hasta que sus padres mueran (uno ya los tenía en la sepultura) o que quedarán a cargo de la familia (el otro tenía su padre en Azkaban) así que sintieron que traicionaban a su familia.

—Gracias—inclino la cabeza en una despedida al llegar a la puerta.

Harry imitó su acción para despedirse, había escuchado que debía ser amable con los goblins. Sonrió tomando a Draco de la mano, no eran más que simples amigos pero le hacía sentir de una manera seguro y querido. Cuando Ragnok los observó caminar de la mano su cara se desfiguró en confusión.

—¿Vienen por un contrato de matrimonio?—cuestiono apartando la mirada de ellos y empezar a buscar entre sus pergaminos.

—Buenos días—Draco ironizó sin dejar que Harry soltará su mano—no, no buscamos un contrato de matrimonio.

Aunque no aceptaría que le gustaba la idea de levantarse con Harry a su lado. Con una sonrisa adormilada el cabello despeinado y la cara contra la almohada.

—¿Eso es posible?—la inocente y dulce voz de Harry hizo que el de ojos grises se cuestionara si su primo lejano era tonto.

—Claro que sí señor Potter—el goblin extendió un par de pergaminos—, pero si no es por eso, ¿Qué los trae por aquí el día de hoy señor Malfoy?

Sin dejar de ser educado les señalo las sillas para que tomaran asiento. Tenía curiosidad porque dos familias que decían odiarse (solo eran cuentos de la gente) la familia Malfoy Black tenía cierto recelo (pero aún así apreciaban) a su familia lejana (los Potter Evans).

—El día de hoy hemos venido a revisar la fortuna del renacuajo—ladeó la cabeza señalando a su acompañante.

—Entiendo—lo lentes se le resbalaron un poco dejando ver los analíticos y afilados ojos del ser mágico—podríamos arreglar todo sí el señor Potter nos regala unas cuantas gotas de su sangre.

—Harry—el peliplata rodó los ojos ante aquello—puede llamarme Harry señor Ragnok.

El mayor (por años y tal vez siglos) asintió en signo de aceptación, por primera vez un mago les hablaba como un igual. Les brindó una sonrisa con esos dientes puntiagudos suyos llendo por algunos pergaminos para ver la herencia mágica del chico. Cuando los consiguió extendió los pergaminos sobre el escritorio con un magistral movimiento de muñeca y una daga fue expuesta en la mesa con seguridad.

—¿Por qué la daga señor Ragnok?, Podríamos usar un alfiler—sugirio sin saber realmente en que se estaba metiendo.

El de ojos esmeraldas observó el mango decorado con rubíes y una que otra piedra ónix (le recordaban a los ojos del lord oscuro y los de Severus respectivamente, quería salvarlos, a ellos. A Remus, a Sirius, a todos los que había perdido en esa tonta guerra) el filo de la daga brillando en un abrumador momento, era de plata, se distinguía por aquel color tan precioso, ese brillo deslumbrante y porque la mayoría del tiempo las cosas importantes (como rituales) se hacían con la plata de por medio.

—Por que muchos magos han asegurado ser herederos—sonrió con una gran satisfacción—y han Sido degollados al instante luego de las pruebas de herencia, todo por ladrones. Y si usted no es quien dice ser, no saldrá de aquí señor Potter—el goblin miro a Draco con una sonrisa casi cómica.

Draco temió un poco por la seguridad del chico, es que su madre era nacida de muggles y tal vez eso le traería algún problema.

—Entonces no hay ningún problema, se quién digo ser.

—Eso ya lo veremos señor Potter.

Colateral (En Revisión). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora